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DE EE.UU. PARA EL TERCER MUNDO: LA ESTERILIZACIÓN

La casa de Stephen D. Mumford se parece mucho a las demás casas en el verde suburbio de Chapel Hill, Carolina del Norte. Ubicada en un terreno de un cuarto de hectárea, la casa de ladrillo y madera tiene cuatro dormitorios, una cocina-comedor y una salita de estar adicional. Afuera, tiene un pequeño huerto y un garaje con una furgoneta.

Pero nadie adivinaría lo que Mumford guarda en su sótano.
Allí se encuentran más de 300.000 pildoritas amarillas, almacenadas en frascos de plástico blancos. Las píldoras, fabricadas a partir de un compuesto llamado quinacrina, están destinadas a India, Pakistán, Bangladesh, Marruecos y más de una docena de otros países.
Una vez que llegan a su destino final se usarán en clínicas y consultorios remotos para esterilizar algunas de las mujeres más pobres del mundo.
En la última década las pildoritas de quinacrina de Mumford han sido responsables de la esterilización irreversible de más de 100.000 mujeres del Tercer Mundo. Actualmente, Mumford tiene suficientes píldoras para esterilizar a 20.000 mujeres más.
Las píldoras se introducen directamente en el útero y la quinacrina impide el embarazo al cicatrizar las trompas de Falopio. No se aplica anestesia y el procedimiento es doloroso. Los efectos a corto plazo incluyen un flujo menstrual anormal, dolores de espalda, fiebre, dolor abdominal y dolores de cabeza.
A largo plazo Las consecuencias a largo plazo son menos seguras, pero no auguran nada bueno: estudios de laboratorios independientes en Estados Unidos indican que la quinacrina causa la mutación de células. Algunos científicos dicen que esto es una prueba circunstancial de que es posible que la sustancia también cause cáncer. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre el 60% y el 80% de los genes mutantes conocidos también son agentes cancerígenos.
Debido a que aún no se han despejado las incógnitas sobre su seguridad y eficacia, las esterilizaciones de quinacrina no se permiten en EE.UU. La mayoría de las grandes organizaciones de planificación familiar y muchos gobiernos también se oponen a este tipo de esterilización. En 1993, la OMS declaró que, en espera de más investigaciones científicas, la quinacrina no debería usarse para esterilizar a mujeres en ningún país debido al riesgo potencial de cáncer.
Mumford y su socio, un investigador de anticonceptivos llamado Elton Kessel, son los únicos distribuidores de la sustancia a nivel mundial. En una cruzada que se destaca por su discreción, han logrado pagar por la producción del compuesto en Suiza, hacer los arreglos de distribución en unos 20 países y movilizar a una amplia red de médicos, enfermeras y comadronas para administrarlo.
Ya que distribuyen la sustancia en países pobres donde la regulación de prácticas de atención médica son débiles, los dos estadounidenses han evitado los estrictos controles que generalmente rigen las pruebas y el uso de fármacos experimentales. Como resultado, se han lanzado programas de esterilización en masa en varios países. Además, algunas mujeres que buscan atención ginecológica rutinaria han sido esterilizadas sin su conocimiento o hasta contra su voluntad.
Los dos promotores de la quinacrina dicen que, según la información que han recopilado de las pruebas en seres humanos realizadas en otros países, la quinacrina es segura y efectiva. Reconocen que las píldoras de quinacrina causaron mutaciones en ciertos estudios hechos en tubos de ensayo, pero señalan que la investigación hecha en ratones no ha llevado a conclusión alguna. En todo caso, aseveran, los resultados de las pruebas de laboratorio no son prueba suficiente de que las píldoras causan cáncer en las mujeres.
Su meta principal, afirman, es mejorar las vidas y proteger la salud de las mujeres del Tercer Mundo, donde casi 600.000 mueren cada año como resultado de complicaciones relacionadas con el parto.
Pero Mumford, de 55 años, también persigue un tema más polémico que la atención médica. Dice que la quinacrina es esencial para el control del crecimiento de la población , y lo ve como una manera de reducir el número potencial de inmigrantes a EE.UU. que vienen de países en vías de desarrollo. La explosión de la población, que después del 2050 provendrá completamente de inmigrantes y los hijos de estos, dominará nuestras vidas. Habrá caos y anarquía , dice Mumford, que recibe apoyo financiero de organizaciones contra inmigrantes en EE.UU.
Mumford culpa a la Iglesia Católica de no animar el control de la población a la vez que fomenta la migración de católicos a EE.UU. para aumentar la fuerza de la Iglesia en ese país. La sobrepoblación es un asunto de seguridad nacional de grave importancia, más grave aún que la amenaza nuclear , advierte Mumford, que llama a su pequeña organización sin fines de lucro el Centro de Investigación sobre Población y Seguridad.
Un investigador que propugna este tipo de opiniones políticas y carece del apoyo de empresas farmacéuticas _a nivel mundial sólo hay cuatro grandes farmacéuticas que continúan alguna clase de investigación de anticonceptivos_, de grupos del sector de salud o de gobiernos nacionales, podría esperar enfrentar problemas en sacar un producto al mercado. Pero la quinacrina es tan barata _cuesta aproximadamente un centavo por cada perdigón_ que la organización de Mumford sólo ha gastado US$36.000 por los tres millones de perdigones que ha fabricado en esta década.
En el Banco Mundial, que proporciona préstamos para la planificación familiar, el funcionario encargado del programa de población, Thomas Merrick, dice que el uso de la quinacrina en otros países da la impresión que tenemos estándares distintos para las mujeres pobres. Merrick agrega que esto socava la causa por desarrollar métodos seguros, efectivos y aceptables que respetan los derechos de reproducción de las mujeres del Tercer Mundo.
Muchos defensores de los derechos de la mujer en todo el mundo concuerdan. Pero en muchas áreas donde la medicina tradicional occidental entra en contacto con el mundo en vías de desarrollo, el problema de la quinacrina no es tan sencillo como muchos creen.
Algunos trabajadores del sector médico en el Tercer Mundo, desesperados por obtener anticonceptivos baratos y fáciles de administrar, ven a los dos inconformistas estadounidenses como salvadores, y a sus críticos como entrometidos peligrosos.
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