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LA RELACIÓN CONYUGAL

Hablemos hoy un poco del matrimonio y de la forma concreta que reviste hoy día el matrimonio: la relación de pareja.

Por siglos, la familia consistió en una institución civil y religiosa, constituida por muchas personas los dos esposos, los hijos (numerosos), los abuelos, y la servidumbre.
Tal matrimonio patriarcal, como su nombre lo dice, descansaba sobre el varón, todo un patriarca, amo y señor de esa gran familia. La Iglesia y la sociedad respaldaban, con sus leyes y medidas, a aquella institución familiar. Hoy el matrimonio es democrático, secularizado y reducido a dos personas: un varón y una mujer (y un par de hijos). Y si no hablamos de éstos, sino del matrimonio propiamente tal, este se ha concretado en la relación de parejas. El verdadero noviazgo empieza con una tímida relación, que se va haciendo cada vez más íntima, con sus propias vicisitudes y dificultades. Luego, después de otras vicisitudes más graves y delicadas, se concreta y decide el matrimonio (ceremonia) y se da comienzo a la vida matrimonial que, en su esencia, gira en torno a la relación de pareja.
Lo ordinario es que esta se dé o no se dé, crezca o fracase, espontáneamente. Terrible equivocación! Ya que si existe algo que merece todo el estudio, la atención y el cuidado conscientes de la pareja es precisamente su relación. Ella es el matrimonio. De ella va a depender la estabilidad del mismo y la felicidad o desgracia de ambos. Si no le prestan atención ni estudio sino que la dejan a su propia inercia, al vaivén o altibajos de la psicología y personalidad de cada uno, lo más probable es que la relación fracase y no muy tarde!
De paso, el curso prematrimonial, que se suele exigir, debería centrarse en ayudar a los novios a entender en qué consiste una relación madura, cuáles son sus elementos constitutivos y garantías de éxito, y cómo se debe cultivar en los primeros años (tres, por lo menos) para que frage y garantice la estabilidad del matrimonio y la felicidad de la pareja.
La relación conyugal trata de acercar y unir a dos personas, hombre y mujer, en la forma más bella y difícil de vivir dos seres humanos. No nacimos perfectos ni completos. Necesitamos del otro (a) para llegar a ser completos sexualmente, maduros, felices. Estamos diseñados y hechos para vivir en pareja una misma vida. Oh prodigio! pero casi inaccesible.
El problema de la relación conyugal consiste en la riqueza y miseria que cada uno de los miembros de la pareja aporta a la relación, a la convivencia. Convivir, palabra que expresa bellamente el sentido pleno de la relación conyugal, interpersonal. Convivir, vivir la misma vida dos personas!
Lo cual resulta doblemente difícil. Una dificultad nace, como veníamos diciendo, de la riqueza y miseria de las dos personalidades. (Piense en todo ese mundo de cualidades y defectos que significa todo su ser). Somos misterio, abismo de grandeza y de iniquidad, simbiosis de ser y de nada. Lo que más cuenta de hecho para bien o para mal, de la relación es la psicología de cada uno: su modo de ser, con todas cualidades y defectos; todos sus caprichos y resabios, gustos y disgustos, reacciones conscientes e inconscientes, tolerancias e impaciencias.
La segunda dificultad, que es en parte nueva, consiste en la presión e influjos que ejerce la sociedad actual sobre la relación de pareja, con su obsesión por el dinero, el sexo, el licor, el consumo, la dieta, la moda; las excentricidades, medios de comunicación, revistas, cines etc.
No existe varón ni mujer que resista ileso el bombardeo de estos influjos y dardos contra la relación conyugal.
Si ustedes quieren defender su relación de pareja de los dos peligros que antes enunciamos (psicología y medio ambiente), el medio ideal, que deben fomentar ya desde el noviazgo, consiste en desarrollar la madurez y solidez de la mutua personalidad, humana y cristiana. Explico:
El vínculo matrimonial relaciona, es decir, pone en comunicación y en convivencia a dos personas. Lo cual no es fácil, antes muy difícil, por las dos razones que adujimos arriba.
Ahora bien: para que la relación sea estable, se requiere en forma absoluta que las dos personas sean tales, vale decir, personas humanas; y la madurez de la persona se alcanza mediante la educación, el predominio de los valores morales y espirituales sobre los materiales, intelectuales y, aun, culturales.
Más aún: la piedra de toque de la madurez de la persona consiste en la capacidad para buscar el bien de la otra persona por encima de los intereses personales. Solo puede llamarse maduro (a) quien haya superado el amor propio, el capricho y la autosuficiencia, para vivir en función y al servicio de la otra persona. Este es el verdadero amor, indicio de madurez y garantía de estabilidad conyugal.
Y tal entrega debe iniciarse y realizarse mediante un compromiso solemne y público (ante Dios y el Estado) el día del matrimonio, de amarse y respetarse todos los días de la vida.
Sólo así se da inicio a una relación conyugal estable y feliz!
Nota: lo dicho vale de la relación humana de la pareja. Ya tendremos oportunidad de desarrollar su dimensión sacramental, medio excelente para alcanzar la madurez completa de dicha relación.
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