Quienes llevaron al partido a ese estado de postración no podrán reorganizar sus cuadros ni oxigenar sus filas a partir de la misma Convención Nacional de siempre, sea que ella vuelva a reunirse en agosto, a finales de año o al comienzo del siglo XXI. Ni tampoco concretar un proyecto democrático que cuente con el respaldo del liberalismo que, para tranquilidad de conciencia, votó contra una maquinaria pesada y torpe.
Qué hacemos con el partido liberal? Lo primero es abrir el debate ideológico para encontrar consenso con referencia al futuro. Se necesita la opinión de hombres y mujeres liberales dispersos por toda la geografía del país. El primer paso: escuchar la opinión liberal antes que preocuparnos por la constitución de directivas sin autoridad. La verdadera consulta popular debe realizarse ahora.
Dentro de las filas del oficialismo hay quienes prefieren continuar adueñados de un cascarón político para conseguir más favores y prebendas. Si subsiste tal criterio, otras fuerzas, sin el nombre de liberales, pero intérpretes de su ideología, llenarán el vacío en menos tiempo del que podamos suponer.
En lugar de la discrepancia entre colaboracionismo u oposición, se abre un campo amplio en Colombia para organizar un partido liberal decente y serio, vocero de un espíritu que creció y se expresó en los pasados comicios, con vocación de poder, que entienda la importancia del Cambio. Qué hacemos con el partido liberal? Reorganizarlo, y para sentar las bases en tal sentido sería importante la adopción de una agenda básica con propósitos definidos, acordada entre el jefe de la colectividad, quien tuvo a su favor un importante número de votos, y los liberales de la calle, capaces de conseguir consenso con referencia a un proyecto democrático para Colombia, es decir, hasta encontrar la formación de una nueva mayoría liberal para el país.
El liberalismo ha quedado reducido a un grupo parlamentario sin opinión y esto no es un partido. Muchas veces habíamos advertido que los senadores y representantes eran voceros en el Congreso, pero ello no significaba que liberales sin curul fueran borrados de la organización liberal, máxime si aquí existe un régimen presidencial de gobierno y no uno parlamentario. Es el momento de salir de ese círculo vicioso y, con inteligencia, situarnos de cara al futuro, no solamente en nuestra condición de liberales, sino de miembros de una colectividad remozada, con arraigo popular. El debate está abierto y lo conducente es escuchar opiniones sobre un tema clave para nuestra democracia.