Mirando en la dimensión más amplia, no cabe duda de que este mundo lo que necesita son retos morales. Por ejemplo, la naturaleza creada en el transcurso de cuatro millones de años ahora pretenden los actores económicos reducirla a cenizas en doscientos, en el período que va de 1850 al 2050. La falta de moderación y responsabilidad en el comportamiento personal está en la raíz de este gigantesco desmán. El haber perdido la conciencia solemne de ser padres y madres del mundo nos ha llevado a abusar de él, en vez de cuidarlo. El caso Clinton hace eco de todo esto.
Que este drama se juegue en cabeza del primer hombre del planeta es prueba simbólica de lo grave que es la situación. Que tenga que ver con el comportamiento moral con lo que hacen los pies y las manos... y la boca y los demás órganos es porque en eso está el defecto, y porque cualquier cambio tiene que nacer en nosotros como individuos, en nuestros corazones, nuestro entendimiento y nuestro comportamiento personal. Por la boca no solo muere el pez, sino que vivirá.
Sorprende, en el caso del presidente Clinton, que tres de cuatro ciudadanos lo sigan apoyando. Es porque en esta era posmoderna en que ya no existen ni la autoridad moral de la premodernidad, ni casi la responsabilidad personal y de familia de la era moderna, estamos abocados, o bien a aceptar nuevas normas de comportamiento, con las que nos podamos conectar en nuestro interior, o a caer en el caos. Y a ese dilema le queremos hacer el quite.
Sin embargo, lo de esperar y es la verdadera dimensión positiva de este drama es que de ahí salga una nueva claridad moral. Si las normas para el tercer milenio resultan seguras, pero más sensibles y amplias que las premodernas (tan estrechas, tan irreales), entonces la humanidad seguirá hacia adelante con paso firme. Lo que el señor Clinton nunca sospechó, en su peligrosa persecución del placer, tan posmoderna, fue que todo iba en dirección del sacrificio; contrario al american way of life, sí, pero necesario. Así pasa.