Como sea, yen y rublo en picada. El nuevo primer ministro japonés Obuchi prevé el fin de la crisis japonesa en uno o dos años . Nadie imaginó ver en apuros a la tercera renta per cápita, tras suizos y luxemburgueses, como consecuencia del boqueo del sureste asiático, modelo de la yupicracia criolla. Inquietud con China, donde el crecimiento parecía imperturbable, como todo lo suyo. La debacle en Rusia, el mayor insolvente mundial, que el capitalismo iba a inundar de felicidad, provocó cambio de gobierno y el casi agotamiento del FMI, ya exhausto con tantos primeros auxilios. Remezón en las bolsas alemana y española, en Argentina y México y Brasil; augurio de tormenta en Venezuela. Mientras, en Estados Unidos el consumo sigue enloquecido y, pese al sobresalto en Wall Street a comienzos de agosto, los temores de un enfriamiento de la economía se alejan . El señor Greenspan apenas crispa una ceja.
Aseguraban que a estas alturas no sucedería más, aunque se insiste en que hasta en el progreso infinito del capital es inevitable el bache cíclico. No obstante, el desempleo no cede en Europa, y en el tercer mundo aumentan la miseria y el abismo en la distribución del ingreso. Pero no iba a ser así en el mejor de los mundos, una vez disipado el molesto y a la vez útil fantasma colectivista. Según Marcuse, saciadas las clases obreras y consolidada la dicha del mundo industrializado, el malestar pasaba a la remota marginalidad de la periferia. El neoliberalismo predicó que la prosperidad inatajable derramaría de la opulencia al hambriento.
La recesión asoma con su séquito macabro de quiebra y pobreza. La economía ni previene, ni arregla. Sin embargo, semejante ceguera es la que maneja el destino de millones. Hay que preguntarse si no saben bien, o si simplemente están maniatados por el mercado, el dinero, empresas y gobiernos y no pueden hacer nada para que las cosas mejoren, se ahuyente el espectro de la ruina y la gente viva más tranquila. Al contrario, todo indica que les es imposible hacer retroceder la especulación, el agio, el monopolio, la injusticia. El fracaso mayor de la economía es su rostro progresivamente inhumano, de exacción, desempleo y miseria. Sería bueno que los doctores a quienes nadie sanciona, hinchados de suficiencia, digan de una vez si no quieren o no pueden. A este paso, a los economistas les va a pasar lo que a los políticos: que nadie les crea y deban responder por su incompetencia.