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NO BUSQUE MÁS LA OBEDIENCIA DE SU HIJO

Tengo un hijo de 13 años. No me hace caso y cada día es más respondón. Antes, cuando era obediente, nuestra relación era muy bonita, pero ahora se ha vuelto insoportable. Qué puedo hacer?

Los adultos, casi siempre, tenemos de la obediencia un muy buen concepto. Creemos que las personas, y en particular los jóvenes, deberían asumir ese criterio por el bien de la comunidad, de la familia y el de ellos mismos. Si la gente fuera obediente, la paz estaría garantizada. Esto no es del todo falso, pero tampoco realmente cierto.
El diccionario nos muestra algunos sinónimos interesantes de la palabra obediencia: subordinación, sumisión, sometimiento y dependencia, por ejemplo.
Estos constituyen las claves para entender por qué con obediencia la vida puede ser muy sencilla. El que obedece no protesta ni contradice, tampoco crea ni protagoniza. Esta es su cara negativa, aunque los resultados se consideren muy positivos.
Obedecer exige dejar de lado los criterios propios y aceptar como válidos los de la persona o institución de la que se depende. Obedecer es no ser.
Cosa diferente es cooperar, construir, acordar, convenir, que son modalidades de construcción compartida.
Un niño, un joven, desde luego pueden no contar con todos los criterios necesarios para poder cooperar con el adulto en cada situación, pero eso no significa que no haya que tomarlo en cuenta en sus criterios, en sus puntos de vista, en su sentir, cuando intentamos hacer algo con él.
Ser partícipes reales de cada situación, aunque no sea plenamente, da la posibilidad de sentirse persona, de que ese pequeño descubra poco apoco la autonomía que es sinónimo de acción consciente, de acción responsable, de acción respetuosa.
Es cierto que la obediencia produce calma. Pero casi siempre, una calma falsa, incompleta de momento: más tarde cuando ese joven quiera actuar según su criterio (que no ha madurado, que no ha habido cómo aprender a madurarlo), terminará tratando de imponerse para conseguir que otros lo obedezcan. Es el modelo que aprendió y el que siempre utilizará y también enseñará; más bien, impondrá a otros.
No será culpa de él, como no es culpa de usted haberlo educado en la obediencia y para la obediencia. En nuestro país ser obediente y juicioso ha sido un camino señalado para ganar el afecto de los mayores. Con esa consigna atentatoria de la individualidad, del criterio propio, hemos ido construyendo generación tras generación esta sociedad violenta e intolerante porque la única alternativa que manejamos frente a la obediencia es la desobediencia, la insubordinación.
No debería ser así. La alternativa contra la obediencia es la autonomía, y solo son autónomos quienes pueden tomar en cuenta los actos y las ideas de los demás para poder mejorar las suyas y buscar, sin desconocimiento del otro, la opción compartida.
No siga buscando la obediencia de su hijo, señora. Empiece a escuchar sus puntos de vista y compártale los suyos también. Si se escuchan, seguramente usted encontrará que lo que él dice, al principio, puede ser un poco desatinado, pero si lo toma en cuenta, verá que muy rápidamente él irá ofreciendo criterios más sensatos.
No es un cambio de un día para otro, lleva tiempo, pero la mejoría se empieza a descubrir muy rápido. De la misma manera que ocurre siempre que cada uno es tomado en cuenta como persona.
Los acuerdos no serán fáciles ni sobrevendrá la quietud y el silencio que produce la obediencia. Habrá encuentros fuertes y de vez en cuando algunos ratos de malestar, pero tenga la seguridad de que estará criando un hijo que sabrá encontrar alternativas para su vida, para las de los demás y para la comunidad, y no simplemente una persona que solo sepa decir sí, señor , o no, señor .
Estos, por no conocer otra opción, así cara a cara a nuestras espaldas hacen lo contrario, lo que quieren, sin otro criterio que su capricho. Estos son los que nos hacen daño. Lamentablemente, así los hemos educado.
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