El caleño Gabriel Jaramillo es el prototipo de lo que en este país de rótulos para todo se conoce como cerebro fugado . Se sabía de científicos y literatos que se iban al extranjero en busca de horizontes más amplios porque el país, de pronto, les quedaba chiquito.
Ahora se viene a saber que el deporte también tiene su cuota de cerebros fugados, como Jaramillo, quien hace diez años viajó a Estados Unidos para estudiar y jugar lo que más ama en la vida: el tenis.
Jaramillo domina ahora el know-how del tenis y, detrás de él, hay cuatro colombianos más, que ahora se ganan al año 150 mil dólares enseñando en las Canchas de Dios de Bollettieri en Brandeton, Tampa, Florida.
Ellos han visto desfilar por allí a jóvenes como André Agassi, Mónica Seles, Peter Sampras, Jim Courrier, David Wheaton y Jimmy Arias, todos ex alumnos de la Academia.
Un folleto propagandístico de la Academia permite ver desde el aire una extensa zona rodeada de canchas con un coliseo cubierto. Allí, todas las tardes, 200 muchachos están dedicados a estudiar tenis.
Jaramillo se fue a Estados Unidos persiguiendo un sueño, el de estudiar y jugar al tenis. Lo segundo no lo consiguió. Pero un decenio más tarde es uno de los cuatro administradores ejecutivos de esta prestigiosa Academia.
El rey y la reina de Bollettieri, son André Agassi y Mónica Seles, jugadores que fueron monitoreados por entrenadores colombianos, cuya química para transmitir conocimiento y leer a los muchachos también resultó inigualable.
René Gómez estuvo viajando con Mónica Seles y Raúl Ordoñez lo hizo con Agassi y era su consejero y entrenador. Los otros dos son Raúl Gómez y Cachito Gómez.
En Bollettieri, en 30 años, aprendieron entre muchas cosas a distinguir la diferencia que hay entre profesor y entrenador. El primero enseña los golpes al muchacho cuando éste (niñas a los 13, muchachos a los 14 y nunca después de los 16 o 17 años) comienzan a estudiar tenis. El entrenador maneja todo el entreno , como dice Jaramillo, quien al dictar clínicas en cualquier país del mundo cobra 10 mil dólares.
La Academia, al recibir a un alumno, primero le pregunta que cuáles son sus metas. Le dan una hoja en blanco y allí quedan escritos esos propósitos que, más adelante, serán confrontados al evaluarse los resultados.
El sistema Bollettieri trabaja con metas y por ciclos. Para los practicantes sociales del tenis y para los muchachos cuyos padres se resisten a desprenderse de ellos durante largos períodos, hay cursos de una semana. Pero para el que se inscribe con la intención de ser un profesional, si tiene el talento, el curso dura nueve meses.
Un total de 54 profesionales, de los cuales 16 son entrenadores y cinco preparadores físicos, permanecen día y noche con el muchacho. Forman grupos, no por edades, sino por niveles de juego. Cada fin de semana hay torneos. Si se ganan partidos se asciende; si los pierden, descienden.
La primera parte del curso es técnica. La segunda es pura táctica. El último mes se compite. Si hacen técnica, trabajarán solo en producción de golpes o en los puntos débiles del jugador. Cada quien tiene una tarjeta con el programa que debe cumplir de tal manera que al entrar en la cancha sabe de antemano lo que debe hacer.
En el aspecto táctico trabajan mucho con el marcador. Cada punto es analizado y se instruye al alumno en la manera de jugarlo. A eso lo llaman el punto-análisis.
Usted, como tenista, sabe cómo manejar un marcador de 30-30? A qué lado debe ir el servicio en esa circunstancia? Qué folpes debe dar? Si van 3-3, qué tan importante es el séptimo game y cómo debe jugarlo? Los muchachos son mecanizados de tal manera que en su cerebro y en su sangre queda impreso cada paso de un partido.
Eso, obviamente, no ocurre con los muchachos colombianos que estudian tenis. Para ellos jugar el 3-3 es lo mismo que el 4-2. El 30-30 no se distingue del 40-30, porque desconocen la diferencia y la importancia de los puntos durante un game.
El curso cuesta 20 mil dólares (12 millones de pesos). Con el estudio en el colegio se estira a los 25.000.
Todos los días a las 7.30 a.m. el grupo monta en un bus y se va a dos colegios de confianza de la Academia. Vuelven al mediodía para entrenar de 1.30 p.m. a 4 p.m. Luego hacen una hora de física con un programa a cargo de cinco profesionales, ideado por ellos hace cinco años y que la USTA (la Asociación de tenis de Estados Unidos) empezó tan solo a desarrollar este año. Pat Etcheberry es el genio de la preparación física. Otro, Marcelo Gallardo, argentino, tiene como temas la velocidad y la agilidad. También cobran caro: 250 mil dólares al año.
En Bollettieri saben que son los mejores. Por eso jamás se detienen. Siempre están cambiando e innovando. Jaramillo invita anualmente a personajes del tenis, como el asistente del brasileño Carlos Kyrmair, entrenador de Gabriela Sabatini. No lo lleva para que les diga lo que está bien sino para que haga una crítica negativa constructiva. O sea para que solo hable de lo que le parece mal.
En los cursos actuales hay cinco jóvenes colombianos. Uno de ellos es Carlos Drada. Por allí también pasaron Carlos Jordán, Mauricio Hadad, Mario Rincón. La Academia, al final de curso, suele recomendar a la empresa IMG a uno que otro muchacho prometedor. IMG es el gran patrón del tenis mundial. Maneja Wimbledon y varios de los principales torneos del circuito mundial.
Y Drada puede ser recomendado para competir en un medio y en un país donde nadie se acuerda de los perdedores. Y saben por qué? Hace algunos años vino a Bogotá un periodista estadounidense para dictar conferencias sobre automovilismo deportivo. En un intercambio de preguntas alguien hizo una pregunta que sonó medio boba. Por qué a los estadounidenses siempre les gusta ganar? La respuesta fue otra pregunta: Quién descubrió América? Colón, le respondieron. Luego volvió a inquirir: Y quién fue el segundo? Nadie dijo esta boca es mía. Es por eso, explicó el periodista, que a los estadounidenses les gusta ganar. Todo el mundo se acuerda del primero. Nadie recuerda al segundo.