Veamos por qué: Clinton maneja los destinos de una nación que es la más grande productora de cine del mundo. Incluso, entre sus antecesores figura un actor de la pantalla grande, que llegó a la Presidencia, más que por sus ideas, por la inmensa cantidad de afiches en los que apareció en su época de artista.
Clinton no ha sido un gran orador, ni un gran deportista, ni un gran músico: apenas se sabe que tomó unas cuantas lecciones de saxofón, y que a veces se aventura con el instrumento en parrandas de índole privada. Entonces, sus asesores quieren promoverlo como hombre del séptimo arte.
Y es por eso por lo que la crisis norteamericana ha adquirido características claramente cinematográficas, y Bill Clinton empieza a situarse mejor como galán (una especie de Juan Tenorio) que como mandatario.
El argumento está diseñado de acuerdo con los cánones de la industria de Hollywood, donde, por cierto, hoy en día se estudian diversas propuestas de cómo debe continuar el guión de la más grande producción cinematográfica de las últimas décadas.
Lo cierto es que la película ya está montada, y no demora en hacer su aparición el soporte de mercadeo de esta historia que, sin duda, tendrá un final feliz. En breve, las vitrinas estarán llenas de camisetas impresas con la frase Las mujeres del Presidente , y las Zucaritas de Kellog s comenzarán a promover muñequitos de plástico con Clinton, su practicante de cabecera y los demás protagonistas de este rollo. Se venderán afiches alusivos a la película en todos los semáforos, y en las librerías no darán abasto los cuadernos preforrados con el rostro de Mónica Lewinsky.
Lo que hay que agradecerles a los asesores es que hayan optado por elevar la imagen del presidente Clinton a partir de un filme, y no por cuenta de una guerra en el Tercer Mundo, como ha ocurrido en otras oportunidades.