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AYUDEMOS AL POETA SARABIA

José Sarabia, uno de los últimos vates representante de la gloriosa poesía negra caribeña y colombiana, el mismo que en su desaforada juventud desafió las leyes naturales y le sacó humo y sueño a las páginas de la Biblia, una por una, desde el hecatómbico y catastrófico Apocalipsis hasta el mítico y legendario Génesis, en tiempos en que viajaba sin andar, como marinero de balsa de río, en estos momentos necesita que uno de los amigos de la Cultura, un amante del arte de esos que valora el ingenio y la creatividad y que están en las sofisticadas oficinas del Estado, le tienda la mano y lo rescate de la indefectible situación agobiante en que se encuentra.

Sarabia, ampliamente conocido en los círculos literarios y culturales del país, desde los tiempos heroicos en que se desvivía por la organización de eventos a donde concurrían intelectuales y artistas, en estos momentos se encuentra viviendo una de las etapas más críticas de su vida, pues casado y con dos hijos que solo tienen de juguete / vacas de totumo / y /caballitos de palo/, no tiene un bolsillo estable que le permita vivir decorosamente y sobre todo responder por el aciago futuro que se cierne sobre sus hijos. A veces me he querido arrojar al remolino de la vieja , me dijo la última vez en que lo encontré de vigilante en una construcción de pobres en Magangué.
Autor del libro Mar Adentro y de cientos de poesías que glorifican las letras nacionales, muchas de ellas diseminadas y diferidas en periódicos y revistas, el poeta del tiempo perdido, produce una poesía extremadamente vivencial, autobiográfica, vigorosa y excitante, llena de anécdotas que brotan de su pluma con espontaneidad y sinceridad ancestral, que lo ubican como uno de los más originales y fluidos aedas de esta parte del tiempo.
Autodidacta que aprendió /a leer bajo el impulso/ de la escuela de la vida/, pues el canto , como le dice el poeta Pedro Blas y sus amigos de infancia, muy poco deambuló por las aulas de la formalidad. Narrador infatigable y prodigioso y amante febril de la música afrocaribe que lleva en la sangre como si fuera el elan de su propia vida, la que en épocas idas bailaba encaramado sobre las mesas de las cantinas en las angostas calles de Getsemaní, donde nació /en una cama de spring/ de esas que vendían los turcos por ahí/, en él se cumple inexorablemente la máxima de los antiguos que expresaban poeta nascitur, orator fit , o lo que es lo mismo, que las cualidades del primero son innatas y las del segundo adquiribles.
Pero la gran ironía que se cierne sobre el poeta Sarabia es fatal, pues por cada uno de los versos que ha escrito con la pasión de su alma debiera ser uno de los mimados de las pomposas y prepotentes oficinas que manejan los dineros destinados para los creadores de sueños y pesadillas, armadores de los vericuetos de la imaginación, pero su nombre jamás ni por equivocación se ha asomado a la pantalla del computador.
Lo cierto de todo es que Sarabia, el poeta que sin pedirle permiso a los evangelistas se trilló la Biblia, anda por ahí, por las calles de Cartagena, sin la alegría de otros tiempos, parado en cada esquina mirando como el bifronte Jano, el pasado y el porvenir, esperando sacar con la magia de sus pesadillas un maravedí o un suculento patacón de los rotos bolsillos de su pantalón, sin decir un agradable piropo a la niña de cuerpo angelical, recibiendo los saludos en tropel y soportando las injurias de una ciudad que ha muchos años se olvidó de sus bardos y aedas.
He ahí el gran reto para quienes orondomante llevan en el pecho la mácula de mecenas de la cultura, proteger al más humilde de los poetas de nuestro tiempo, o dejarlo tirado a la intemperie para que lo arrastre la corriente Mar Adentro, mientras sus hijos, allá en la enigmática Guranda juegan con /vacas de totumo/ y caballitos de palo/.
San Sebastián de Calamarí.
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