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TRAS LOS EXCESOS... OSTRAS

Tras la tempestad, ya se sabe, viene la calma, de modo que tras los excesos de estos días festivos ha de llegar un tiempo de recuperación, de normalización; no sólo el exceso de alcohol deja sus secuelas, sino también el de alimentos sólidos más o menos contundentes.

Caius Apiciu EFE
Tras la tempestad, ya se sabe, viene la calma, de modo que tras los excesos de estos días festivos ha de llegar un tiempo de recuperación, de normalización; no sólo el exceso de alcohol deja sus secuelas, sino también el de alimentos sólidos más o menos contundentes.
Pero se puede volver a la normalidad pasito a paso, no de golpe; las transiciones demasiado bruscas tampoco son buenas para la salud, especialmente para la salud mental. De modo que no vamos a sugerirles que se pongan a dieta verde; ya llegará el momento. Por ahora, iremos a cosas ligeras, pero muy apetecibles.
Por ejemplo, ostras. Las ostras son un alimento más bien ligero... si no pretenden imitar a algún emperador romano y se toman una gruesa, que son doce docenas.
Fueron uno de los primeros alimentos del hombre cuando vivió junto al mar. Apreciadísimas desde tiempos muy remotos, han sabido mantener una aureola de alimento lujoso, incluso afrodisíaco; no hagan caso de esto último, porque, aunque para algunos sea una pena, no es verdad.
Sus más devotos partidarios no aceptan otro modo de comerlas que al natural, esto es, crudas y vivas, dispuestas sobre un lecho de hielo picado y con el no imprescindible añadido de unos gajos de limón, que los más puristas rechazan. Comer las ostras así requiere, aunque no lo parezca, una cierta habilidad para no perder ni gota de la deliciosa agua que sueltan al abrirlas, evitando al propio tiempo fragmentos de sus valvas. Como suele suceder, es más fácil hacerlo que explicarlo.
Pero las ostras, incluso sin necesidad de cocinarlas -y conste que hay magníficas recetas para cocinar ostras-, admiten toda una serie de aditamentos en forma de aliño que las hacen, si cabe, más frescas en la boca, que es una de las sensaciones que se busca cuando se comen ostras.
Ese sabor profundamente yodado y agradablemente salino que hace estallar el mar en la boca, que invita a seguir comiendo, es quizá el mayor de los atractivos de este delicioso molusco; un apunte ligeramente ácido acrecienta esa sensación de limpieza del paladar que producen unas buenas ostras.
En esa línea, vamos a sugerirles unas ostras aliñadas con una falsa vinagreta de lima y acompañadas por unas tiritas de pepino macerado. Todo frío, y advirtiendo de que no se trata de engullir una gran cantidad de ostras: así preparadas, dos o tres son suficientes para gozar de un magnífico aperitivo, ya sentados a la mesa.
Ante todo, abran las ostras, procurando no lastimarse la mano, y sepárenlas de sus valvas. Recojan y cuelen su agua, y laven bien esas valvas para evitar los ya mencionados fragmentos calcáreos. Así las cosas, vuelvan a poner las ostras -que son mejores si son planas, es decir, "Ostrea edulis"- en la mitad cóncava de su habitáculo natural.
Corten en tiritas la piel de una lima; escáldenlas unos momentos en agua hirviendo, refrésquenlas y resérvenlas. Expriman la lima y mezclen su zumo con el agua de las ostras. Elijan un pepino de carne firme; lávenlo bien y córtenlo en tiras finas y de un centímetro de ancho. Pongan estas tiras un rato en un cuenco con agua y vinagre, para que no repitan.
Sequen bien las tiras de pepino y pongan una entre cada ostra y su valva, sobresaliendo; rieguen con la "vinagreta" de lima y agua de ostras y decoren cada molusco con una tirita de piel de lima.
Verán que la sensación refrescante es extraordinaria.
Acreciéntenla con una copa de champaña bien seco... y listos para la empezar el año.
Caius Apiciu EFE
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