El 17 de diciembre de 1986 fue un día triste para el periodismo y para la libertad de expresión. Al caer la tarde, caía también, asesinado por sicarios pagados por el narcotráfico, el director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza. El crimen, en la persona de un hombre valeroso, representativo de la prensa libre y de la sociedad, quien con valor civil, armado de su pluma y de sus principios, se enfrentaba a los oscuros intereses de la mafia, era la voz de alarma de posteriores asesinatos, secuestros y carros bomba.
Cuánta falta hacen hoy periodistas como Guillermo Cano. Pero el ejemplo perdura y el compromiso de una prensa que no trague entero, que no se deje amedrentar, son y serán el mejor homenaje que se les rinda a él y a quienes han pagado con sus vidas el precio de luchar por la verdad y la justicia.
La protección y el estímulo a los profesionales de la comunicación es una forma de recordarlo y enaltecerlo. En buena hora se ha creado la Fundación Guillermo Cano Isaza, que cada año otorga un premio internacional a periodistas de todo el mundo, con respaldo de la Unión de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. En cada una de las asociaciones de prensa, el nombre de don Guillermo es recordado con respeto y admiración, como lo hacemos hoy, bajo la convicción de que su muerte no fue en vano.