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LOS VIEJITOS NO SE VARAN

Matilde Sarmiento cogió un trapero por primera vez en su vida después de los 70 años. A pesar de la pobreza en la que creció, ni sus papás ni sus dos maridos la dejaron acercarse a una escoba.

Redacción Nacional
Matilde Sarmiento cogió un trapero por primera vez en su vida después de los 70 años. A pesar de la pobreza en la que creció, ni sus papás ni sus dos maridos la dejaron acercarse a una escoba.
Yo era una pechichona , comenta hoy, a los 78 años, mientras corta las tiras de tela con las que fabrica los traperos que vende la Fundación Casa del Abuelo, de Riohacha (La Guajira).
Sarmiento y las otras siete abuelas que le ayudan no realizan esta labor por gusto o por tener en qué ocupar su tiempo. Se convirtieron en microempresarias a la fuerza: la Fundación donde viven dejó de recibir ayuda oficial.
Desde marzo pasado, la Red de Solidaridad dejó de cofinanciarles la alimentación y no consiguieron que alguna entidad pública o privada la subsidiara. Ya están acostumbrados a pasar 24 horas sin siquiera probar un solo tren , como le llaman a una de las tres comidas del día.
Esta carencia la suplen, en parte, con el dinero de la venta de los elementos de limpieza. Con eso, y una que otra ayuda de la caridad privada, los 150 ancianos, de estratos 1 y 2, que viven allí, están comiendo.
Como este hogar de Riohacha, gran parte de las fundaciones y entidades que ayudan a personas de la tercera edad en Colombia están en el total abandono y no reciben ayuda del Estado ni del sector privado. La crisis de los departamentos y los municipios obligó a recortarles o eliminarles los presupuestos.
Obligados a trabajar
Al igual que la abuela Sarmiento, muchos ancianos que viven en estos albergues se han visto obligados a trabajar, a hacer rifas, bingos o a inventarse cualquier actividad que les reporte algunos pesos. Lo hacen para no vivir de la caridad pública, evitar el cierre de las instituciones o para no morirse de hambre.
Es el caso de Arquímedes Mata, de 77 años, del ancianato San Miguel, sur de Cali. Mata, que no recuerda hace cuánto dejó de trabajar como vendedor de lotería, es ahora un experto en la fabricación de traperos. En la semana elabora 30, que vende a 2.500 pesos cada uno.
Con lo que obtengo por los trapeadores, dice, consigo el desayuno, la comida y los buses . Pero también destina una parte para su institución, donde viven más de 300 ancianos, y a la que se le acabó el presupuesto desde septiembre.
Armando Bárcenas, de 65 años, también debe trabajar para ayudar al Jardín de los Abuelos de Ibagué. Después de dedicarle toda una vida a su cátedra universitaria de Filosofía y Literatura, ahora elabora traperos, escobas y bolsas de papel para empacar regalos. Con su trabajo ayuda a que su asilo siga con vida.
Segundo Darío Caicedo Coral, de 87 años, encontró otra forma de ayudar: cultiva la tierra y cría animales en el asilo San Antonio, en Barrancabermeja. Esto le sirve para vivir y ayudar al hogar de ancianos.
Desde que llegó en 1990, acondicionó 200 metros de tierra en la parte trasera del hospicio. Allí siembra plátano, yuca, cacao, piña, mango, papaya, guayaba, naranja y limón. Y también aprovecha el espacio para criar pollos.
Con los casi 100.000 pesos mensuales que reúne de sus labores compra artículos de aseo, ropa y zapatos. Además, surte a diario de alimentos al asilo.
Debido a la difícil situación, el asilo también montó un negocio: 174 cerdos de engorde que vende en el mercado a 2.000 pesos la libra. Con ese dinero ayuda a mantener a 74 abuelitos mayores de 60 años.
Este esfuerzo, sin embargo, no es suficiente. El asilo deberá quedarse con solo 50 viejitos a partir del próximo enero pues los recursos no alcanzan para pagarle a siete empleados. El problema es a quién sacar?
Hablando de paros, precisamente un paro de empleados en el ancianato El Carmen, de Armenia (Quindío), fue el que puso al descubierto la crisis de esa institución.
Los 27 empleados tuvieron que recurrir a un cese de dos semanas para que les pagaran el subsidio familiar y las vacaciones de tres años. Durante ese tiempo los 172 abuelos debieron asumir la preparación de alimentos, atención en el comedor y otras labores. El ancianato afronta un déficit superior a los 300 millones y han pensado cerrarlo.
Otros recursos
Para evitar el cierre, algunas entidades apelan a otros recursos. En Pasto, el Amparo de Ancianos San José y la Fundación Social Guadalupe, que albergan a 109 ancianos, sobreviven gracias a las cenas de solidaridad y a los bingos.
Los aportes oficiales les fueron suspendidos y no tienen plata ni para pagar la nómina desde octubre pasado. El año entrante, advierten sus directivas, habrá recortes.
En otros albergues, aunque los ancianos tienen comida y atención, trabajan por su cuenta para ayudar a su manutención. Así lo hace Francisco Padilla, de 80 años, que recorre las calles de Medellín vendiendo galletas caseras. Sale muy temprano en la mañana a recoger el carrito, que guarda en un garaje de Guayaquil, un tradicional sector del centro. Con el producto de la venta compra zapatos, ropa y objetos de uso personal.
Debido a la edad y a las enfermedades, otros ancianos están incapacitados para trabajar y su situación es más difícil. En Riohacha es incierta la suerte de 15 viejos abandonados por sus familias, en la sede campestre que atiende la Fundación Casa del Abuelo. Comen con 300 mil pesos en mercado que un almacén les obsequia. Pero ya les dijeron que solo hasta este mes tendrán esta ayuda.
Los ancianos no tenemos dolientes en La Guajira. Entran gobernadores, salen gobernadores y nosotros peor , opina Ana Marrugo, de 68 años.
Eso es verdad , la interrumpe Henry Marín, 63 años. Dos veces ha venido la esposa del Gobernador. Yo le dije: señora, con todo respeto, ojalá lo que usted está diciendo no se quede en promesas; porque ellos no se acuerdan, sino en campaña .
Redacción Nacional
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