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EL PERSONAJE DEL AÑO

Elegir personaje del año se convirtió en pasatiempo de cada medio de comunicación. Se trata de la necesidad de colocar un rostro a estos 365 días que ya agonizan. Es la búsqueda de la identidad para una nación que vive un incierto y tal vez más aciago período de la historia.

Redacción El Tiempo
En nuestro concepto, no es una persona, ni siquiera una institución, la que se pueda señalar como el protagonista de 1997. La corrupción, ese monstruo de tantas cabezas, puede haber sido la constante más nítida de lo que más bien se podría denominar el antipersonaje en Colombia a lo largo del año que termina, como bien lo señaló QAP .
Pero algo positivo también predominó. Es una búsqueda que año tras año se viene haciendo más perentoria y urgente para el pueblo colombiano. Es la paz. Ella se convirtió en 1997 en un sello, en una impronta que todos los colombianos sienten en sus corazones.
Por favor, no más! , parece ser el grito que emerge de todas las gargantas. Tantos años de violencias no han endurecido el alma noble de los colombianos. Después de tantas muertes, el derecho a la vida se ha convertido en la razón de ser de los colombianos.
La búsqueda de esta paz rebasó la política de cualquier gobierno circunstancial. Estamos a punto de superar la lucha insensata y los diálogos de sordos entre gobiernos y violentos, que lo único que han conseguido es prolongar el martirio de toda una sociedad sin distingo alguno y sembrar muerte y desolación en esta nación. Por eso finalmente decidió actuar la sociedad civil.
Durante 1997 tal vez como nunca se sintió, se respiró este anhelo nacional. Cerca de diez millones de ciudadanos concurrieron a las urnas para erigir al mandato por la paz en un propósito nacional. Cada masacre, cada crimen perpetrado por cualquier violento comenzó a recibir el unánime rechazo de un pueblo fatigado de tanta mutilación y tanta indignidad. El hecho de que cada día mueran en Colombia entre cinco y diez personas por hechos que tienen que ver con la situación política del país, y que Colombia tenga un saldo anual de más de 25 mil personas muertas por causa de todas las violencias, es una realidad que atenta contra el propio futuro de nuestra nación y nos coloca ante el mundo como un país que en plena modernidad ocupa un lugar en la barbarie, porque no ha sido capaz de hallar la forma de vivir en forma pacífica y civilizada.
Durante este año hemos comprendido que, a escasos tres años del siglo XXI, no solo nos estamos jugando nuestro destino como sociedad civilizada. Hemos comprendido igualmente que estamos a punto de perder un siglo de vida, ya que terminamos el pasado en medio del fragor fratricida de la Guerra de los Mil Días y paradójicamente también estamos a punto de finalizar el presente en el oprobio de haber vivido otros cien años bajo una incesante violencia que ha cobrado millones de vidas.
La pregunta elemental que debemos hacernos es: En qué hemos fallado? Por qué tantas naciones de Latinoamérica y del mundo sí han podido resolver sus diferencias internas y reducir las diferencias políticas a la controversia ideológica? Por qué somos hoy día prácticamente el único país del mundo donde una guerrilla de inspiración marxista persiste en la lucha armada para tomarse el poder? Por qué hay más violencia política y delincuencia común en Colombia en comparación con todos los países del mundo, inclusive con las naciones que son iguales o más pobres que nosotros?
Tal vez la culpa la tengan fundamentalmente las clases dirigentes que no hemos sabido conducir a Colombia hacia un estadio de equilibrio social, de desarrollo económico y de temperamento espiritual que garanticen un ámbito de justicia y prosperidad, que inspiren a los colombianos sentimientos de paz y no de violencia. Dejamos que la miseria material y espiritual corroyera las vidas de muchos hombres y mujeres de este país y estamos pagando por ello un precio muy alto.
Tal vez cerramos demasiado nuestro país hacia los vientos del mundo, hacia las inmigraciones progresistas, hacia los grandes cambios, hacia las nuevas filosofías en las relaciones políticas, y esto permitió que Colombia se enrumbara por el camino equivocado.
Tal vez... Son tántas las reflexiones o autocríticas que nos podemos formular. Pero estamos a tiempo de tomar los correctivos, de recobrar los valores, de instaurar una paz con justicia y de empezar a construir la nación próspera y pacífica que todos nos merecemos.
Siento que eso fue lo que nació en 1997, el año en que le dijimos no más a la muerte inútil que jamás obtendrá aquí una victoria. Por ello la paz es el personaje de 1997. Y debe ser el propósito de 1998. Al menos, será el mío.
www.buengobi.org....
Redacción El Tiempo
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