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RESPICE POLUM

Tiene razón Enrique Santos Calderón al quejarse de la falta de debate sobre el informe de la comisión que estudió las relaciones entre Colombia y Estados Unidos, publicado en la revista Análisis Político (07/97). Este silencio no es, por supuesto, excepcional. Es apenas señal de una característica dominante en la formación de opinión en el país. Con notables excepciones, la discusión pública hace caso omiso de lo que se produce en las universidades o en los centros de investigación. Las citas de libros, o de artículos en revistas, escasamente figuran en unos debates donde aún reina la retórica.

Desde sus orígenes, el informe de la Comisión se situó en una tendencia modernizante en la formación de la opinión pública colombiana. La propuesta de unos profesores de la Universidad Nacional, publicada en EL TIEMPO el 28 de julio de 1996, desembocó en la integración de un grupo heterogéneo de trabajo con el fin de estudiar uno de nuestros problemas más serios: las relaciones con los Estados Unidos que, desde la pérdida de Panamá en 1903, no habían sufrido tal deterioro. La comisión, a su turno, con el apoyo de Colciencias, solicitó monografías a especialistas, organizó seminarios y redactó el Informe de Análisis y Recomendaciones, que hoy merecería estar en el centro del debate.
En otras circunstancias, una de las recomendaciones finales del informe parecería apenas lógica: la normalización de las relaciones con los Estados Unidos es una tarea prioritaria y debe ser manejada con sentido de urgencia (página 83). No perdamos de vista nuestras relaciones con los Estados Unidos . Tal fue el significado del incomprendido lema propuesto por Marco Fidel Suárez, Respice polum, en 1914. En uno de los Sueños de Luciano Pulgar, Suárez se vio obligado a explicar el sentido común de esta fórmula, que pretendía orientar nuestras relaciones con la república del norte, resolver con ella nuestros litigios, cosa impuesta por la razón natural, por la experiencia y por lo que pudiera llamarse mecánica internacional .
La identificación con el lema de Suárez quizás les incomode a algunos de los miembros de la comisión, cuyo informe, a ratos insiste en la ilusoria búsqueda de una política exterior autónoma (página 47). El informe, sin embargo, está orientado por una sana dosis de realismo político: el reconocimiento de la hegemonía de los Estados Unidos, la apreciación de la naturaleza asimétrica de nuestra relación con este país y, por encima de todo, la valoración de los intereses colombianos. En efecto, la comisión subraya que estas premisas son fundamentales para apreciar con realismo los márgenes de maniobra, los grados de autonomía y el potencial poder negociador de Colombia (página 42).
Ojo al polo , pues, nunca fue una fórmula humillante sino humildemente pragmática. Y comenzó a formar parte de esas tradiciones de la diplomacia colombiana del siglo XX que la comisión se propone rescatar. La vigencia del pragmatismo, por lo demás, no puede ser más oportuna. Como lo demuestra el informe, Colombia se percibe hoy como país problema . La definición norteamericana del narcotráfico como un asunto de seguridad nacional tiene serias implicaciones para la misma seguridad nacional de Colombia (página 66).
Las relaciones económicas con los Estados Unidos son similarmente desalentadoras: bajas tasas de inversión y una evolución negativa de nuestra balanza comercial. Como si esto fuera poco, los Estados Unidos han adoptado una agresiva posición en materia de derechos humanos. Y están cuestionando hasta la misma credibilidad de nuestra democracia (página 56).
El informe dedica, tal vez más de lo debido, unas secciones al análisis de la situación interna de Colombia. Pero estas sirven para destacar, entre otros puntos, que sin la vigencia del imperio de la ley no se puede pretender respetabilidad internacional. La comisión también se ocupa de los aspectos institucionales de nuestra política externa, aunque, desde un ángulo más pragmático, hubiera podido dedicarle mayor atención. No obstante, la comisión subraya muy bien las deficiencias históricas del servicio exterior colombiano, los problemas de dotación de nuestra embajada en Washington, y la falta de seguimiento especializado de la política interna norteamericana. Aquí está el reto de Colombia: construir una estrategia que, reconociendo la asimetría en la relación con los Estados Unidos, sepa defender sus intereses con dignidad. El informe de la comisión un ejercicio moderno de formación de opinión pública nos recuerda que esto fue posible en el pasado. Y que hay muy fuertes razones para recuperar los pasos perdidos.
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