Después del proceso 8.000, de los escándalos por corrupción ( terceros en el mundo!), de la negra fama de nuestros políticos, de la ausencia absoluta de ley y autoridad, ha quedado al descubierto un país hecho trizas, desbaratado, sin resortes morales ni rumbo claro. Ante eso no podemos cruzarnos de brazos ni presenciar indiferentes cómo nos quitan de las manos una nación que merece mejor suerte.
En la última semana no he salido de reuniones con personas igualmente preocupadas pero con soluciones. Hay un gran activismo social para organizar a la sociedad civil, de cara a las próximas elecciones. Para disputarles el espacio a quienes por tantos años han sido dueños únicos del balón. También hay esfuerzos dirigidos a meterle sociedad civil al tema de la corrupción (pronto habrá un capítulo de Transparencia Internacional), al conflicto armado, a las ingentes necesidades de la Policía y de las comunidades, a la inaplazable tarea de encontrar, como país, un destino común.
Reina todavía el desorden. Hay demasiados programas; mucha Ong (Organización No Gubernamental) y redes de ciudadanos desarticuladas, desconectadas, sin puentes para explorar posibles sinergias y hacer más poderosa la acción. Es tal el desbarajuste del Estado, tan ineficiente, torpe y poco creíble que si ésta no es la hora de la sociedad civil, ninguna podrá serlo.
Hay ganas de hacer presencia, o por lo menos así lo percibo. De no dejarnos empujar más por un papá Estado envejecido, gordo y corrupto. Y en vista de que lo que hace casi siempre le queda mal hecho, le sale más costoso o se lo roban, vamos a ver si metiéndole sociedad civil al desbarajuste, la cosa se mejora.
Está el Mandato por la Paz, organizado por tres entidades convencidas de lo impotente que ha sido la gestión oficial para encontrarle soluciones al desangre nacional. Se trata de crear un hecho político en las elecciones, cual es el de que ni la guerrilla ni los paramilitares podrán ignorar el mandato de millones de colombianos en pro de humanizar la guerra. Podrán desconocerlo pero la presión ciudadana le introducirá un elemento nuevo a un conflicto congelado en el tiempo.
Un importante número de Ongs quiere terciar, legítimamente, en el debate de los derechos humanos. El Gobierno ha reconocido la importancia de esa herramienta de presión. Obviamente en esta familia de Ongs hay de todo y es bueno abrir los ojos para que no adquieran demasiado protagonismo aquellas que asumen posiciones extremistas, casi que beligerantes y destructivas.
Y hay más. Las que se están moviendo para sensibilizar a la ciudadanía sobre la trascendencia histórica que tiene el voto en las próximas elecciones. Lo están haciendo el Voto Inteligente, la Corporación Viva la Ciudadanía y la Federación Comunal de Bogotá. Y otras que buscan promover la participación ciudadana en la vida de una capital sin dolientes, agobiada por los problemas y la indiferencia. El Foro de Presidentes está trabajando con la secretaria de educación, el acueducto y la Policía Nacional en proyectos que arreglan lo que el gigantismo del Estado no ha podido ni podrá arreglar. La Rama Judicial tiene en la Corporación Excelencia en la Justicia a unos ciudadanos dispuestos a ejercer una veeduría sobre su rendimiento y la apoye en lo necesario para hacerla más eficiente.
La sociedad civil está en ebullición. Estamos hartos de la incapacidad de los gobiernos, de los congresistas, de la clase dirigente. Lo importante es no perder el impulso. Ni pensar que en estas horas de desesperación y desesperanza, la carrera pueda ser de un solo aliento