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LAS OPORTUNIDADES DEL EMBUDO

De manera rápida el gobernador de Cundinamarca le salió al paso a una profunda crisis en su gabinete. No era para menos. El Secretario de Hacienda, siendo alcalde de Soacha, desvió dineros hacia organizaciones fantasmas. Una funcionaria de la lotería proporcionó información falsa sobre sus títulos académicos y el Secretario de Agricultura dejó con los crespos hechos a sus votantes que lo habían elegido para que los representara en la Asamblea del departamento. El funcionario prefirió oír los cantos de sirena de la burocracia efectiva que el espaldarazo de los votos que le había concedido el pueblo.

Germán Rey
De manera rápida el gobernador de Cundinamarca le salió al paso a una profunda crisis en su gabinete. No era para menos. El Secretario de Hacienda, siendo alcalde de Soacha, desvió dineros hacia organizaciones fantasmas. Una funcionaria de la lotería proporcionó información falsa sobre sus títulos académicos y el Secretario de Agricultura dejó con los crespos hechos a sus votantes que lo habían elegido para que los representara en la Asamblea del departamento. El funcionario prefirió oír los cantos de sirena de la burocracia efectiva que el espaldarazo de los votos que le había concedido el pueblo.
En una intervención desconcertante, el gobernador sacó la cara por sus funcionarios para los que pidió "una segunda oportunidad". Una variación de la propuesta de un ex presidente que hace años invitó a reducir la corrupción a sus justas proporciones.
Entretanto el obispo de una diócesis lejana me escribió protestando por una noticia del periódico que según sus palabras " removió una historia que estaba en el rescoldo del olvido". En su opinión, el periódico había devuelto injustamente la cinta de la memoria hacia hechos nefastos ya superados cuando empezaba a tener efecto el lenitivo del tiempo.
Unos meses antes una persona me pidió que se le concediera un espacio en el periódico para contarle a la opinión pública que una grave acusación en su contra había resultado falsa. Estaba aparentemente comprometido en un ilícito, que a la postre la justicia consideró que nunca había cometido. Transcurrió más de un año. Todos se acordaban del escándalo, pero nadie sabía de la reparación. La buena nueva apareció en unas breves líneas mientras que la mala noticia salió con todas sus arandelas de desgracia.
Una de las cartas que más me ha conmovido fue la de un ejecutivo injustamente acusado de malversación de dineros en una empresa financiera. Me contaba su historia, los sufrimientos de sus hijos perseguidos por el estigma de tener en casa un ladrón de cuello blanco, sus problemas laborales. Pedía que se restableciera su memoria y que así como se contaban los inicios de las investigaciones se comentaran los resultados de ellas.
Todo lo contrario de algunos que buscan "lavar" imagen en los medios cuando salta a la vista la oscuridad de sus acciones.
Un redactor del periódico me consultó hace poco sobre la conveniencia de recordar en el perfil de una persona un lío con la justicia del cual había salido indemne. Mi consejo fue radical: no debería hacer esa mención. Una persona no debe cargar con el sanbenito de un delito que nunca cometió. Su padecimiento en el pasado no se debe reproducir en el presente.
Lo paradójico es que mientras el gobernador pide la segunda oportunidad para unos funcionarios que fueron sentenciados por actos dolosos o de gravedad ética, unos ciudadanos, que fueron absueltos en juicio, tienen que pedir que les restituyan sus honras. Se aplica así la ley del embudo: lo ancho para los poderosos, los que tienen influencias y lo angosto, para los débiles.
Lo criticable es que se pida una segunda oportunidad ( y qué oportunidades!) para quienes actúan indebidamente y haya muchísimas personas en este país -talentosas y honestas - que nunca tienen siquiera su primera oportunidad. No suman votos, ni tienen palancas, ni sufren de ceguera cuando se trata de festejos de ratones.
El pasado - para bien o para mal - es un patrimonio de las personas. La institución de la justicia bien administrada es la responsable en un estado de derecho, de sancionar a los ciudadanos de acuerdo a las leyes. Quien justamente haya sido sentenciado debe responder a la sociedad y a la gravedad de sus actos corresponden la intensidad de su castigo y la exigencia de su reparación. Mucho más si se trata de un servidor público, de alguien a quien le corresponde velar por el interés común.
Pero también vale la reflexión contraria. Los inocentes no deben cargar con los traumas del señalamiento social y del silencio. Una sociedad debe conocer los errores de los culpables como también las verdades de los inocentes.
Algunos han creído que el problema se resuelve con el metro en la mano, es decir, restituyendo la honra a través de los mismos centímetros del escándalo. No. El problema no es simplemente cuantitativo aunque con frecuencia ocurre que se usa el altavoz para pregonar las caídas y la sordina para restablecer el honor perdido.
El asunto , entonces, toca en lo profundo al periodismo. Porque su libertad se ennoblece y acrecienta con sus ejemplos de responsabilidad social y su credibilidad se afianza mostrando a los que delinquen pero también a los que han sido injustamente tratados. Y eso no es lo que siempre sucede por los lados de los medios de comunicación.
Germán Rey
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