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EL TEMPLE Y LA INTELIGENCIA

Para cerrar en grande la temporada, en la Santamaría se repartieron orejas como arroz. Sobraron varias. Ni siquiera había tantas. A Finito de Córdoba, por ejemplo, le dieron nada menos que tres orejas por su faena al cuarto toro: una con el pañuelo blanco, y después, ante la exigencia del público, dos más con el verde. Y así no se puede.

ANTONIO CABALLERO
Para cerrar en grande la temporada, en la Santamaría se repartieron orejas como arroz. Sobraron varias. Ni siquiera había tantas. A Finito de Córdoba, por ejemplo, le dieron nada menos que tres orejas por su faena al cuarto toro: una con el pañuelo blanco, y después, ante la exigencia del público, dos más con el verde. Y así no se puede.
Pero no son los toros de tres orejas lo que recordaremos de la corrida del domingo, por asombrosos que fueran desde el punto de vista zoológico. (Desde el taurino propiamente dicho, algo menos: flojotes, sosos, tirando a mansos; salvo el muy buen cuarto, y probablemente el quinto, que embestía galopando pero se partió pronto una pata, y no pudimos verlo.) Lo que recordaremos son otras dos cosas: el temple de Finito y la inteligencia de El Juli . Y también el magistral tercer par de banderillas de Dinastía al quinto toro, antes del percance.
El temple iluminó a Finito casi toda la tarde, pero sobre todo en una tanda inefable de naturales al primer joven toro de Zalduendo-Agualuna. Era flojo, era tardo, le faltaban fuerzas y emoción; pero olvidó sus defectos en la muleta recién planchada de Finito para dejarse llevar por ella, sumergir en ella como si él mismo fuera un tejido de seda. El torero lo fue embarcando en suaves derechazos dados uno a uno. Y cuando ya lo tuvo atrapado en el cepo del temple cambió al otro pitón para esos naturales de que hablo: no solo elegantes siempre lo es- , sino suaves y a la vez mandones. Si el idioma taurino fuera el latín, el temple podría definirse con el conocido aforismo suaviter in modo, fortiter in re: suave en el modo, implacable en el fondo.
También con el cuarto toro, el de las tres orejas, estuvo templado Finito , aunque quizás algo rápido también. Templado con el capote: no en las primeras verónicas de la obertura- pasito atrás en el embroque- , pero sí en las del quite: dos estupendas, sobrias y puras, y el lánguido remate de la media. Y templado con la muleta, pese a que el toro, flojo como todos, se quedaba y perdía las manos. Pero ya digo que el temple, cuando se da, puede hacer embestir hasta a un inválido. Como en los Evangelios, andan los paralíticos y los ciegos ven. Y los toros se crecen.
Los mismos efectos puede tener la inteligencia, y los vimos con El Juli en sus dos toros. Con el primero, un toro manso y rajado que desde muy pronto buscó la querencia de toriles, la inteligencia de El Juli logró el milagro de que pareciera que no era que el toro se estuviera yendo, sino que el torero lo estaba llevando. Y, ya allá lejos, tres naturales: el milagro de enjaretarle una tanda de naturales a un toro distraído y que quiere irse. Con el sexto el milagro fue distinto: no consistió en andarle al toro, sino, al contrario, en no dejar ver que el toro no podía andar porque se había dañado una mano, como ya les había ocurrido previamente al primero (que fue cambiado) y al quinto. Para que eso no se viera, y como el toro no podía embestir, El Juli se metió entre los pitones: de modo que los cabezazos defensivos del inválido parecieron las medias arrancadas de un toro manso.
Dinastía tuvo mala suerte con su lote: su primer toro fue un manso con peligro, incierto, reservón, renuente. No tenía un pase. Y su segundo, que, ya dije, galopó en la muleta y parecía bravo, se partió una mano. Al matador le dieron una oreja a la faena que no pudo ser, porque la había iniciado muy bien y con muchas ganas. Pero una oreja después de una estocada atravesada, que asoma por el flanco?
ANTONIO CABALLERO
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