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NUESTRAS LETRAS PROHIBIDAS

Sodomita, sacrílego, loco y libertino. Con estas y otras palabras Donatien Alphonse Francois, conde de Sade, fue señalado a comienzos del siglo XIX por sus detractores. Un siglo después, un cura jesuita colombiano, Pablo Ladrón de Guevara, lo incluyó dentro de su libro Novelistas malos y buenos, publicado en 1910, como un autor amoral que no cumplía con la doctrina católica.

Sodomita, sacrílego, loco y libertino. Con estas y otras palabras Donatien Alphonse Francois, conde de Sade, fue señalado a comienzos del siglo XIX por sus detractores. Un siglo después, un cura jesuita colombiano, Pablo Ladrón de Guevara, lo incluyó dentro de su libro Novelistas malos y buenos, publicado en 1910, como un autor amoral que no cumplía con la doctrina católica.
Novelista, capitán de caballería, vivió vida de orgía y de pésimas deshonestidades (...) Murió en el hospicio de Charenton, en donde Napoleón le había hecho encerrar como a loco, incurable y peligroso , escribía Ladrón en el libro editado por la imprenta Eléctrica, en Bogotá.
Novelistas malos y buenos, según se lee en la contraportada de este libro reeditado por Planeta en 1998, fue para más de una generación de colombianos la carta de navegación de sus lecturas y lleva a cuestas el precario honor de ser el primer y único manual de censura literaria elaborado y publicado en Colombia .
Lo que proponía Ladrón no era nuevo en el país. La Inquisición ya había estado presente con su Indice, una lista de autores prohibidos editada en Roma. Ahí se decía qué autores no se podían leer bajo ninguna circunstancia o qué capítulos, páginas, párrafos, frases o nombres atentaban contra la Iglesia y debían ser expurgados.
La Biblioteca Nacional conserva ejemplares que fueron castigados por la Santa Iglesia. Algunos rayados, otros rasgados y unos cuantos más con páginas faltantes. La institución tiene aproximadamente 63 piezas de ese tipo en su sección de libros raros.
En la presentación de cada ejemplar y junto al nombre del autor aparece el del sacerdote que expurgó la obra. No se salvaron ni las Constituciones y ordenaciones de las religiosas de S. Clara de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, impreso en 1699, cuyas páginas fueron rayadas para evitar la lectura, ni tampoco otro libro editado por la librería Compañía de Jesús de Santa Fe de Bogotá.
Toda la obra de Vargas Vila estaba en el índice , dice Gabriel Iriarte, editor de Planeta y creador de Lista negra, una recopilación de las obras más importantes prohibidas o censuradas en Colombia. En las obras de Vargas Vila estaba presente el tema sexual, la religión y la política y por esto fue condenado. Es el escritor colombiano más perseguido , agrega Carlos José Reyes, director de la Biblioteca Nacional.
Vargas Vila no se salvó de Ladrón de Guevara, quien escribió: Sentimos verdaderamente que sea de esta cristiana república este señor, de quien nos vemos precisados a decir que es un impío furibundo, desbocado blasfemo, desvergonzado calumniador (...) Inventor de palabras estrambóticas y, en algunas de sus obras, de una puntuación y ortografía en parte propia de perezosos e ignorantes (...) .
A principios y mediados del siglo XX algunas obras publicadas en el país levantaron ampolla y fueron condenadas. Eso ocurrió con De cómo el liberalismo político colombiano no es pecado, de Rafael Uribe Uribe, que fue publicado por Casa Editorial de El liberal, en 1912 dos años antes del asesinato del político y estadista . Monseñor Bernardo Herrera, arzobispo de Bogotá, dio a conocer en septiembre de ese año un decreto en el que se prohibía la obra.
(...) En ejercicio de nuestra autoridad episcopal y para cumplir con el deber que nos incumbe de celar la pureza de la fe católica y precaver a los fieles contra todo peligro de perversión, hemos venido en proscribir y condenar el opúsculo intitulado De cómo el liberalismo político colombiano no es pecado (...) Declaramos por tanto, que a ningún católico, de cualquier estado o condición que sea, le es lícito leer, tener, vender, propagar o defender de cualquier manera dicha publicación, y todos cuantos tengan ejemplares de ella quedan en la obligación de entregarlos a la autoridad eclesiástica .
La época de la violencia de los 50 está llena de ejemplos. El libro Laureano Gómez, Psicoanálisis de un resentido (Ediciones Librería Siglo XX, 1942. Bogotá), del psiquiatra José Francisco Socarrás, tuvo serios problemas. Este libro nunca se reeditó y lo que se consigue ahora es muy poco , dice el librero Alvaro Castillo, uno de los más reconocidos cazadores de libros en Bogotá. Según él, no pasa lo mismo con Lo que el cielo no perdona (1954), escrito por Fidel Blandón Berrío y firmado con el seudónimo Ernesto León Herrera, que si bien fue prohibido se salvó de su desaparición gracias a la piratería. El libro cuenta las vivencias personales de Blandón Berrío en Antioquia mientras los liberales y los conservadores se enfrentaban a muerte.
Germán Arciniegas vivió en carne propia la censura con Entre la libertad y el miedo (1952), un completo análisis sobre las dictaduras latinoamericanas. Su libro tenía orden de incineración en Colombia y estaba prohibido en diez países más.
Si bien hubo quienes fueron censurados o perseguidos por sus obras, a otros escritores los criticaron por sus actos públicos, como le ocurrió a los nadaístas. Ellos se asumieron como escritores malditos, como autores prohibidos , explica el director de la Biblioteca Nacional.
A pesar de las dificultades que muchos escritores colombianos tuvieron ninguno de ellos fue encarcelado tantas veces como el Marqués de Sade ni enviado a un manicomio. Tampoco les fueron decomisadas la pluma y el papel, y jamás se vieron obligados a escribir con tinta, sangre y excrementos sobre las paredes y sábanas de su celda.
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