No queremos de nuevo entrar en el análisis de las causas que originaron la crisis. Eso ya lo hemos hecho con lujo de detalle en varias ocasiones anteriores. Más bien queremos concentrarnos en proponer soluciones. Y esta vez queremos hacer énfasis en una variable crucial que, si no tiene un saldo positivo, no permitirá el anhelado despegue. Se trata de las expectativas. Si no hay confianza en que las cosas mejorarán, ninguna política macroeconómica logrará revertir en breve el acelerado descenso.
Francis Fukuyama, en su libro más reciente titulado Confianza , demuestra que el progreso de las naciones avanzadas se cimienta en esa esperanza firme que se tiene de una persona o cosa - como aparece en el diccionario. O mejor aún, el avance se basa en ese ánimo y vigor para obrar que aparece en otra de las acepciones de la palabra. Sinembargo, el concepto del célebre autor no se queda ahí: la confianza se da cuando entre todos los agentes sociales e institucionales de una comunidad existe una reciprocidad en términos de respeto, responsabilidad, y sobretodo, de cumplimiento de la misión que a cada cual le corresponde. A mayor grado de intensidad y seriedad en esa relación múltiple, más veloz y de mayor alcance el crecimiento integral de una cultura o un país.
Volviendo al ángulo actitudinal de la confianza, pensamos que lo más grave de la actual crisis es que nuestras esperanzas colectivas están flaqueando como nunca antes. Esta triste afirmación está respaldada por toda suerte de mediciones del sentimiento de los colombianos en diversos frentes y sin distingo de edad, clase social ,sexo o geografía. El grado de pesimismo varía de unos a otros pero es claro que la recesión más aguda que experimentamos es la de nuestras expectativas positivas. Por ello, deseamos inyectarle un poco de aliento a esas ilusiones de un futuro mejor, ilusiones sin las cuales no saldremos adelante.
Veamos pues cuales pueden ser las principales razones que nos impulsen a derrotar el negativismo. En lo subjetivo, se destaca el amor profundo que todos sentimos por nuestra patria. A pesar de las inmensas dificultades que por diversos motivos justificarían la pérdida de afecto por Colombia, la gran mayoría seguimos queriendo a nuestro país de una manera que sorprende a los foráneos. Pero nos falta entonces convertir ese amor declarado en hechos que lo sustenten. Llegó la hora de traducir en obras - cada uno a su manera, en lo que pueda - ese nacionalismo del bueno que tanto se requiere en los momentos aciagos.
En lo objetivo, hay que reconocer que si bien la situación que vivimos es de las peores, la economía conserva todavía su estructura básica en condiciones aceptables, lejos del colapso. Y en el campo político, parece probable una sana renovación en los dirigentes que eligiremos en las elecciones de éste y el próximo año. Hay buenos candidatos con ideas atractivas y con capacidad de formar equipos de trabajo de gran calidad personal y profesional.
Es cierto que todos estamos ya cansados de una crisis tan profunda y prolongada. Pero si no hacemos un esfuerzo por encontrar argumentos que nos levanten el espíritu y nos permitan recobrar al menos algo de confianza que nos impulse , la crisis se pronunciará y la reactivación se demorará.