ESCULTURA DE PASCUALA RAMÍREZ

Salta a la vista la claridad de su concepción. Quien se entrega a este tipo de manifestaciones debe de poseer, claro está, un dominio de los sentidos del espacio y de las relaciones expresivas de ese espacio con las formas y de estas entre sí. Ello supone saber solucionar los problemas del poliedrismo, tan exigentes en el quehacer escultórico: a cada movimiento del espectador, por ligero que sea, en torno de la obra, esta debe ofrecerle una composición distinta y nueva, imprescindible sin embargo para el orden del conjunto. Pascuala Ramírez se nos revela ya como maestra en ello.

Pero, por supuesto, a la forma hay que exigirle algo más que forma y es la manifestación del espíritu. La propia autora justifica su acción en la búsqueda de las armonías simples de la vida a través de la forma armónica de sus construcciones en las que la matemática, la música, la arquitectura y ciertos aspectos de la cosmología oriental pueden vislumbrarse y prestar su sustentación a las virtudes formales y buen sentido de las relaciones de espacio y tiempo que, aun en el reducido tamaño de las obras exhibidas, prenuncian su monumentalidad y su ambición de espacios públicos.