Si los norteamericanos se vieran precisados a elegir al estadounidense del siglo, probablemente elegirían a Franklin Delano Roosevelt. Su elección, pocos años después del crack del 29, y la paulatina recuperación del país, paradójicamente acelerada por la guerra, lo convierten en la figura central de la centuria que se acaba, lo que explica su reiterado éxito electoral en cuatro consultas consecutivas. No tuvo la profundidad intelectual de Churchill, y no inspiró a su pueblo de la manera casi profética en que lo hizo sir Winston, pero introdujo en la sociedad estadounidense un elemento de compasión que sirvió como cohesivo en medio de una nación que no entendía muy bien cómo podían coincidir bajo la misma bandera los que todo lo tenían y los que ni siquiera encontraban un miserable puesto de trabajo.
Para los africanos negros la selección quizá sea la más obvia: Nelson Mandela. No vivió la descolonización de los sesenta, más o menos voluntaria, porque estaba en el fondo de una celda luchando contra una variante mucho más complicada del dominio extranjero: la de sus propios compatriotas blancos y eurocéntricos. La metrópoli que subyugaba a su pueblo no estaba en Europa sino en Pretoria. Los extranjeros contra los que luchaba llevaban tres siglos en el territorio, y más que ser víctimas de la vocación imperial de ingleses y holandeses, los negros surafricanos lo eran de una tribu distinta, blanca, poderosa, que había creado un Estado artificial con los retazos de una veintena de naciones negras unidas (y separadas) por vínculos étnicos. Mandela hasta ahora, sin odios, sin rencores, ha sabido mantener las buenas instituciones creadas por la tribu blanca, e intenta que ese dificilísimo edificio se sostenga, amparando a blancos y a negros, a zulúes y a los que no lo son. Bajo un texto constitucional creado por la mentalidad de quienes, en el pasado, fueron sus enemigos. Si alguien merece honor en Africa negra, el primero, el más conmovedor, el mejor del siglo, es Nelson Mandela. Y América Latina? Puestos a escoger a una persona, sólo a una, quién sería el mejor representante de este continente? Quién ha hecho aportes universales, más allá de las fronteras de su propio país? A quién podemos juzgar por sus logros, no por sus intenciones? Quién obtuvo esos logros con total respeto por los procedimientos, siempre con apego a las leyes, invariablemente al servicio de las causas justas? Quién puede presentar un expediente de servicio público, rigor intelectual, realizaciones concretas, obra tangible e imperecedera? Mi candidato no es un político, aunque admiro a algunos que me honraron con su trato deferente a Rómulo Betancourt, a Muñoz Marín, a Washington Beltrán, a Luis Alberto Lacalle, a Oscar Arias, porque el ámbito de su actuación fue siempre limitado. Mi candidato es un escritor colombiano de 97 años, todavía insolentemente vivo y coleando, llamado Germán Arciniegas.
Este anciano prodigioso es el autor de cuarenta libros importantes, de miles de enjundiosos artículos publicados en todo el continente, escritos con una prosa ágil, a la que no se le nota la injuria del tiempo ni la artritis de los dedos de quien escribe, historial que lo ha convertido en el respetado prior de esta extraña orden de quienes amamos escribir en los periódicos. Es el conferenciante incansable que recorre Europa y Estados Unidos explicando las luces y las sombras de la historia y de la cultura latinoamericanas, o el que visita todas nuestras repúblicas para defender la tradición occidental de sus enconados adversarios. Es el defensor de las víctimas de todas las dictaduras, a izquierda y derecha las de Trujillo, las de Batista, las de Castro, las de Perón, las de Stroessner, las de Velasco Alvarado, y es y ha sido el enemigo de todos los tiranos. Es y esta opinión ya se la escuché hace años a Alberto Baeza Flores, otro anciano portentoso, poeta grande nacido en Chile el más generoso, amable y constructivo de nuestros intelectuales. Quien más y por más tiempo se ha esforzado por combatir nuestras miserias, por realzar nuestros méritos, por aliviar nuestros dolores. Nació en 1900. Su vida es la de este siglo. Su gloria, la mayor de todas. Feliz centuria, maestro.