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Desconfianzas que matan

A Toribío lo están matando las Farc, como bien lo prueban 480 ataques
guerrilleros contra el pueblo desde los 90, según las cuentas de sus propias
autoridades. Pero también, y desde hace varios años, un círculo vicioso de
sospecha mutua: la de militares y policías contra los indígenas y la de estos
contra las Fuerzas Armadas. No pocas veces desde el 2005, cuando ocurrió la
otra gran ofensiva de las Farc en ese territorio, tras el traslado de la
retaguardia guerrillera al suroccidente del país por el arrinconamiento que
les provocó en el suroriente el Plan Patriota, el Ejército ha denunciado que
insurgentes disparan desde casas indígenas. También, en repetidas ocasiones ,
las comunidades han hablado de irrupciones militares en sus viviendas en busca
de "los colaboradores" de la subversión. Las recriminaciones recíprocas
volvieron el pasado fin de semana, tras lo cual los indígenas decidieron que
no solo querían lejos de sus tierras a los grupos armados ilegales, sino
también a los legales. Que ellos están en su casa y que quienes deben irse,
por ajenos, son las Farc, el Ejército y la Policía, han dicho. Pero por más
razón que les den los muertos civiles -hablan de 97- para decir que el Estado
no ha sabido protegerlos, la Fuerza Pública no es ajena, como sostienen,
porque el control territorial es lo mínimo que debe tener un Estado, aunque
históricamente en Colombia ha sido precario.
Y, en últimas, la distancia que mantienen los indígenas con el Estado, y la de
este con ellos, ha jugado en contra de todos. A las Fuerzas Armadas las ha
privado del control territorial que han soñado, y a Toribío, de una vida menos
azarosa.
WILABR
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