Todos esos sentimientos (rabia, frustración, abandono, soledad...) los puedo expresar a través de la música. Asistió a la escuela de arte en Londres y remataba sus clases con las noches de bohemia en los pequeños bares y cafés de la ciudad. Ahí fue donde descubrió el folk blues, pero a sus padres musicales, Muddy Watters y Robert Johnson, se los encontró en una de esas reuniones de amigos a las que asistía los viernes para oír música traída de Estados Unidos. Sentimientos y emociones fue lo que aprendió a interpretar escuchando King of the Delta Blues y Singers, los álbumes de Johnson.
Comenzó a hacerlo con la banda Roosters, que duró siete años. Luego vendrían las más conocidas: The Yardbirds, que abandonó por dar un giro hacia el pop, él que quería ser un purista de los blues. Bluesbreakers, junto a John Mayall, donde se convirtió en una de las guitarras más famosas cuando a penas entraba a los veinte. Tal llegó a ser su popularidad que aparecieron varios letreros que decían: Clapton es Dios y finalmente se quedó como el dios de la guitarra . Después vino Dereck and the dominoes y Cream, la época más dura: drogas, depresión y el aislamiento.
Gracias a un amigo se recuperó y volvió a coger su guitarra. Pero superada esa crisis vinieron otras dos. En agosto de 1990, después de una gira por Estados Unidos murió su gran amigo, el guitarrista Stevie Ray Vaughan, al caerse el helicópetero en el que viajaba. Su pena se convirtió en pesadilla el 20 de marzo de 1991, cuando su único hijo, Conor, se cayó desde la ventana de su apartamento en Nueva York.
Estos golpes los superó y una vez más fue su guitarra la que cantó su pena. Tears in heaven es el tema por el cual está nominado en nueve categorías de los Grammy que se entregan mañana. Mejor tema rock, mejor intérprete solista masculino y mejor álbum, son algunas de ellas.
Para este guitarrista británico de 48 años, lo único que le produce placer es la música. Parte de su fortuna la invierte en su espectáculo, y su mayor diversión es tocar en público.