Colombia está en guerra. Una guerra interior aflige a los colombianos en toda la superficie nacional. Desde hace décadas y años se viene combatiendo entre el Ejército, apoyado por fuerzas paramilitares en oposición a elementos populares, clase media, campesinos de diversas tendencias .
Qué significa esto? Significa que las acciones armadas que están librando hoy grupos de muy diferente naturaleza, algunos de ellos abiertamente terroristas, se unen o se confunden con la protesta urbana de los sindicalistas o de los movimientos cívicos o bien, o con la acción pacífica de los indígenas y los campesinos por el derecho a la tierra, o aún con la misma oposición electoral al Estado, formando, todo ello, en conjunto una sola guerra de resistencia a la ofensiva militar y paramilitar del gobierno? No era esta, en esencia, la tesis de la combinación de formas de lucha que nosotros, los comunistas, sosteníamos en otro tiempo? Y no estoy recogiendo velas, ni pidiendo perdón. Creo que en su época, en un pasado, incluso no muy lejano, la lucha armada aquí y en otros lados del mundo, jugó papel decisivo como catalizador de movimientos cívicos y laborales y agrarios y político-electorales.
Nadie, ni un ciego puede negar que la resistencia guerrillera en Colombia hizo posible, a través de pactos de paz, cambios políticos tan importantes como la descentralización, con las alcaldías populares en el 86 y la nueva Constitución de 1991. Pero seguir legitimando hoy la guerra como expresión general de toda oposición o incluso como forma avanzada de oposición, es un riesgo demasiado grande.
Cuál guerra? Cuál guerra, por ejemplo, es la que están librando el Ejército de un lado y la Coordinadora Guerrillera del otro? Yo pregunto: Es que la Coordinadora controla sus grupos o sus frentes en forma de evitar que hagan terrorismo o extorsión contra la sociedad civil? Pregunto: Es que los altos mandos del Ejército Nacional controlan su tropa para evitar asesinatos y desapariciones de civiles y también exacciones y desmanes y saqueos? Cuál guerra? A veces la población percibe que, en vez de guerra, existe una especie de pacto entre dos bandas , para no encontrarse, para no atacarse entre sí y, a nombre de la guerra , sacarle, cada uno por su lado, hasta los cueros a la sociedad civil.
Se ha desbordado la guerra , se ha convertido en la ancha puerta de entrada de la delincuencia común, del crimen y del terror.
Por esa razón es muy peligroso legitimar y magnificar esta guerra , con la idea de que, de esa manera, se va a llegar a una solución negociada que nos saque, de la noche a la mañana, a terreno limpio. Es una propuesta como la del avestruz, que enterremos la cabeza en la arena para salvarnos.
Sí. No hay duda. Estamos por la negociación. Nos hemos convencido de que la guerra se pudrió o se puteó . De que no haya nada qué hacer con ella. Nos estamos encontrando con el hecho trágico de que los que ganaron, al fin de cuentas, fueron los de El Salvador porque no ganaron la guerra, como en Cuba o Nicaragua, sino que ganaron la paz. Es decir, no dividieron su pueblo.
Pero aquí tampoco estoy recogiendo velas o pidiendo perdón. Creo que Martí y Sandino fueron verdad en su hora y que las revoluciones cubana y nica les hicieron honor. Cada día trae su afán, dice la Escritura.
Yo pienso que estamos tocando el lindero. Que todavía es posible crear las condiciones para una salida negociada o política del conflicto. Pero para ello se requiere: 1o. No idealizar la guerra hoy, no legitimarla, no engañarnos con ella.
2o. Presionar hasta imponer una tregua en la cual ambas fuerzas , la Coordinadora y el Ejército demuestren que todavía hay con quién negociar, es decir, que controlan su gente, suprimiendo el terror y la exacción contra la sociedad civil.
Si esa tregua se logra primero con la guerrilla, tanto mejor para ella. Hasta hace poco tiempo, pensábamos, desde la izquierda y desde la derecha, que todo en este mundo dependía del Estado, para mal o para bien. El Estado era la salvación o era la perdición de los humanos. Hoy esta posición resulta reaccionaria. El signo de los tiempos actuales es ubicar el eje del cambio en lo social, en la sociedad civil y su capacidad de acción y protagonismo.
Hoy la salida negociada no depende del Estado o del anti-Estado (la Coordinadora). Depende fundamentalmente del rol que pueda jugar la sociedad civil, de su capacidad de unirse y movilizarse para enfrentarse al terror, la extorsión y el atropello de uno y otro lado. Para obligar a que exista de verdad quién negocie.