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ESTABILIDAD Y POLARIDAD EN RUSIA

Los comentarios, desde la gente de la calle hasta los especialistas, sobre la victoria comunista en las elecciones rusas del pasado domingo y la perspectiva hacia las presidenciales, que deben tener lugar en seis meses, son o apocalípticos o tranquilizadores pero casi todos no reparan en dos cosas elementales: Rusia se polariza pero su sistema político se consolida.

ÁLVARO SIERRA
En Moscú la impresión sobre las elecciones puede ser asombrosamente contradictoria. Las viejitas que curiosean las vitrinas del Eliseevski , un tradicional almacén del centro, truenan como de costumbre contra los precios y saludan como una bendición el 22 por ciento que logró el Partido Comunista en las elecciones del domingo. Los estudiantes del MGU, la principal universidad del país, fuman en corrillos en medio de la nieve y, la mayoría, asevera que ni siquiera se tomó la molestia de ir a votar. Y en el mercado Dorogomilovski, los vendedores de todas las nacionalidades sólo esperan que al gobierno no se le ocurran nuevos impuestos ni a la policía más operaciones de limpieza.
Representantes de la asociación de los bancos privados rusos son de un pragmatismo de banquero: los comunistas son gente con sentido común y podremos adelantar con ellos una discusión profesional (en el parlamento) , dijo su secretario de prensa.
Igual opinan muchos lobbistas , profesión tan nueva en Moscú como la economía de mercado. Los de las agencias de publicidad, por ejemplo, dijeron al semanario Kapital: antes éramos poco expertos y tratábamos con pocos diputados; ahora lo haremos con fracciones enteras .
Este parece el ánimo dominante, si no entre los más asustadizos inversionistas extranjeros, al menos entre los prácticos industriales rusos. Una reunión de directores del Complejo Militar Industrial terminó con uno de ellos declarando: con Ziuganov (el jefe comunista) no hay que luchar, hay que aprender a bailar .
Unos cuantos hechos
Un simple vistazo a la votación evidencia hechos elementales. Rusia, con este voto de protesta contra el gobierno, ha entrado, con sus inveteradas peculiaridades, en la senda europea. Nada tiene de raro que los comunistas rusos -ya se trate del monstruo que pintan los liberales o de reformados socialdemócratas- hayan pasado, como sus homólogos del Este Europeo, a primera fila, después de dos años de inflación, ahorros esfumados, meses de no pago de salarios, privatización en la cual se enriquecieron unos pocos, y guerras en Tadjikistán y Chechenia , como señala uno de los amargas constataciones liberales del efecto social de la reforma.
Por otra parte, aunque cayó a la mitad su votación, el intento de reemplazar a los nacionalistas fanáticos de Zhirinovski con los presentables del general Lebed fracasó. El seudo-fhrer ruso, contra todos los pronósticos, demostró, como dijo un experto, que la idea nacional (entre sus partidarios en Rusia) es adoptada en su variante imperial o nacional-socialista . Y se confirma como fuerza política y, con más o menos lo mismo que colegas como el francés Le Pen, es candidato seguro a las presidenciales.
Hay una baja significativa de los partidarios de la reforma económica. Los liberales del 93, si se cuenta entre ellos al entonces partido de gobierno, lograron cerca de 30 por ciento de los votos. En el 95, de nuevo contando al gobierno y a su predecesor, que en este legislativo parece no entrar, apenas pasan del 20 por ciento. Pocos votos para una campaña presidencial que seguramente los verá, de nuevo, concurrir divididos.
Para los comunistas el voto se amplía relativamente. Y, nada despreciable, se concentra en un solo partido. En el 93 dos grupos claramente comunistas lograron 20 por ciento; en el 95 cuatro llegan al 30 por ciento. Equivalente a lo de los liberales, pero con lo esencial del voto, y de las decisiones hacia las presidenciales, concentrado en el Partido Comunista de Guennadi Ziuganov, reformado heredero del PCUS soviético.
Polaridad y Estabilidad
Uno de los principales resultados del domingo es que la polarización inaugurada en el 93 se afianza. Lidera el campo comunista, con el reto de superar el techo que le dieron viejos y pensionados. Superficialmente, se podría decir que los reformadores tienen similar peso. Pero están irremediablemente divididos en dos campos: el de la nomenklatura , los viejos funcionarios comunistas que se pasaron a las ideas del mercado, liderado por Yeltsin y su primer ministro, y el de los genuinos liberales, como gustan llamarse a sí mismos los jóvenes reformadores Yavlinski, Gaidar, y otros más.
División que deja de segundo al otro campo, los nacionalistas ultras.
El centro casi desaparece con el flojo papel de las Mujeres de Rusia y de otros que pretendieron sin éxito a ese vano espacio del espectro ruso. Pero casi ningún analista local parece notar que el otro gran resultado de esta elección es que se afianza el sistema político. Del desfile de 43 concurrentes sólo 4 partidos entran al parlamento. Los cuales no representan simples agrupaciones circunstanciales de intereses corporativos, como era usual antes, sino fuerzas políticas asentadas y organizadas, con base social y programas precisos. Salvo, quizá, el barco de gobierno que, no bien empiecen sus problemas de navegación hacia las presidenciales, puede ver saltar a muchos de sus integrantes, cercanos por formación a los comunistas, o, por convicción, a los reformadores.
Resultado contradictorio, que mientras afianza la polariza ción de esta sociedad desgarrada por una reforma conducida con no pocos desatinos y cruzada por tradiciones encontradas, estabiliza su sistema político en formación. Pese a anuncios apocalípticos, los comunistas de Ziuganov y los nacionalistas de Zhirinovski lucen cada vez más como partidos del establishment , dispuestos a jugar el juego de la democracia occidental. Los aparecidos casuales no entraron al legislativo; los ganadores no son imprevisibles recién llegados; la población acudió -para Rusia- masivamente (65 por ciento).
Estado de cosas que no hará menos evidente la batalla hacia las elecciones presidenciales de junio de 1996. Y que, incluso, puede romperse. La reforma es joven. En Rusia se elige un zar, no un presidente, por sus potestades constitucionales. La lucha por el puesto será encarnizada. Y cuál de los cuatro campos se lo gane tendrá sin duda repercusiones de fondo a nivel local e internacional. Pero, ya sea con el acento nostálgico por la URSS y el rol del Estado de los comunistas, con la verborrea neo-imperial de los nacionalistas, el entusiasmo por la mano invisible de los liberales, o las peleas bajo el tapete de la nueva nomenklatura , será ante todo una pelea sobre las formas y los métodos del tránsito al capitalismo, no para un retorno al comunismo. Por supuesto, si no hay sorpresas, que Rusia sabe dar.
ÁLVARO SIERRA
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