Igual, siente como cualquier persona: "La ansiedad antes de empezar un partido siempre está. El marco del estadio lleno de gente es espectacular. Cuando se escucha el Himno Nacional uno se siente más colombiano que nunca y esA es una emoción muy grande. Pero todo lo anterior desaparece cuando comienza el encuentro", afirma. No tiene que ser un perro de presa ni pegarles a los rivales ni corregir a sus compañeros con insultos ni manotearle al árbitro o protestarle airadamente para imponer autoridad, porque sabe que el respeto no se gana vociferando, sino respetando a todos los que están en el campo. Sin mucho aspaviento, Franco juega como él es en su vida, silencioso pero efectivo: "Cuando se da la oportunidad de enganchar y no botar la pelota, sino tratar de salir jugando, se hace. Afortunadamente, ha salido bien y no hemos tenido que lamentarlo". O cuando se encuentra solo frente a dos atacantes, que proponen una pared, y corta el avance, como pasó en la victoria sobre Malí: "Eso es intuición que uno tiene y que de a poco se va puliendo", agrega.
Sobre el funcionamiento del equipo, Franco, que es tan tranquilo como cuando le dan una patada y se levanta sin pelear, señala: "Uno siempre quiere jugar bien y salir conforme. Yo he terminado los partidos con esa sensación, porque nosotros, en el último juego contra Malí, sacamos el arco en cero y anotamos dos goles con los que pudimos ganar. En el que viene el próximo viernes (mañana) frente a Corea del Sur, queremos ganar, sin que importe que ya estamos clasificados, y hacer un buen partido para terminar de primeros en el grupo".
Finalmente, este bogotano comparte su deseo: "Me visualicé levantando el trofeo y ese es el sueño que todos tenemos, pero eso se dará paso a paso.
Faltan muchos partidos y hay grandes equipos por enfrentar, pero sin dudas soñamos con ser campeones mundiales", expresa.
Se juega como se vive, dice un adagio del fútbol, y el capitán de Colombia es un claro ejemplo, porque Franco se muestra como un hombre callado y tímido, que, cuando toma confianza, se suelta y habla de lo que piensa y siente, de la misma manera que lo hace en la cancha, como si el pitazo del árbitro liberara su espíritu de lucha y sus temores y lo transformara en un profesional de mil batallas futbolísticas, que con su actitud y liderazgo se echa al equipo al hombro y se lleva los aplausos de aquellos que valoran su pundonor y amor por la camiseta