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Baño de sangre

Empezó el ramadán, mes de ayuno musulmán dedicado a exaltar los valores espirituales y religiosos, y, como se preveía, aumentan las luchas en varios países árabes que enfrentan rebeliones populares contra gobiernos dictatoriales.

Redacción El Tiempo
Desplazando a Libia, Siria se ha convertido en el epicentro de la más feroz
represión. Las protestas que empezaron en marzo y recibieron por respuesta
tibias promesas, sangre y fuego, alcanzaron el pasado domingo uno de sus
peores momentos: más de cien civiles murieron bajo las balas gubernamentales
en Hama y otras once en Deir al Zor. Desde entonces ha habido varias víctimas
más.
Hama, con 700.000 habitantes, tiene una larga historia de oposición al régimen
de la familia Asad. En 1976 brotó allí una revuelta de los Hermanos
Musulmanes, que convirtió a la ciudad en territorio de conflicto. Seis años
más tarde, los soldados de Hafez el Asad, padre del actual presidente, Bashar,
sofocaron con un diluvio de bombas un brote rebelde de islamistas suníes. Las
víctimas fueron entre 10.000 y 30.000, y se dice que no hubo hogar de Hama que
no hubiera perdido al menos a un varón. El hombre que dirigió la matanza fue
el hermano menor del gobernante.
Desde entonces, el odio por la dictadura asadista es emblema y motor de sus
habitantes. Al surgir las rebeliones populares en los países árabes a
comienzos de este año, Hama tardó poco en estallar. Tardó poco también la
represión, que el 3 de junio dejó más de 70 muertos, un mes más tarde asesinó
a 20 manifestantes y en las semanas siguientes sumó 33 víctimas mortales más,
antes de la carnicería del domingo. El gobierno -que prohibió la entrada de
periodistas- mostró imágenes de francotiradores de la oposición. Pero la lucha
ha sido básicamente desigual: piedras contra artillería. Ayer, los tanques
entraron al corazón de la ciudad y arrasaron barricadas y obstáculos.
Los soldados no son los únicos que atacan a la población. Los servicios
secretos también tienen su cuota de crímenes, y una importante parte
corresponde a grupos paramilitares que controlan Munzer y Fawwaz Asad, primos
del presidente. Reclutados entre hampones de la costa, los miembros de estas
bandas se encargan, además, de cometer atropellos a nombre de diversas
agrupaciones religiosas a fin de sembrar la discordia entre sectas que
permanecen unidas contra Asad.
A diferencia de Libia, cuyos rebeldes cuentan con apoyo militar de la Otan y
cuyo líder, Muamad Gadafi, enfrenta orden de captura del Tribunal Penal
Internacional, Asad está atropellando al pueblo sirio impunemente. Rusia y
China, que tienen buenas relaciones con Siria, no se atreven a exigirle que
cese la represión. Estados Unidos lo critica, pero no llega al punto de
pedirle que deje el poder. El presidente turco, Abdulá Gül, vecino del
dictador, condena los hechos, pero poco más puede hacer. El canciller
británico, William Hague, está escandalizado por lo que ocurre en Siria, pero
descarta cualquier acción militar. El Consejo de Seguridad de la ONU no había
logrado la unanimidad necesaria para expedir una resolución de condena contra
Asad. Pero el repudio a la matanza del domingo logró que el consenso se
produjera ayer.
Existe el temor, por otra parte, de que una actitud más fuerte de Occidente
contribuya a retrasar la estabilidad de una región que derrocó con rapidez a
sus sátrapas, pero ahora vacila respecto a su futuro. Mientras tanto, Asad se
aferra a balazos al poder. Caerá, como cayó en Egipto Hosni Mubarak, cuyo
proceso se televisa desde ayer con el ex dictador enjaulado y en camilla. Pero
¿cuánta sangre más tendrá que correr en Siria?
HERJOS
Redacción El Tiempo
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