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COLOMBIA EN ATLANTA

Colombia, un país con treinta y cinco millones de habitantes no pudo ganar en Atlanta un solo trofeo, mientras que países como Costa Rica y Ecuador, para no mencionar los pequeños países de Europa Oriental, dieron a conocer sus nombres con todos los honores.

Cómo explicarse que el tercer país de Sur América en población no haya podido conquistar ni una medalla de lata?
Desde luego, el factor demográfico no es decisivo, pero cualquiera que evalúe la ley de probabilidades puede darse cuenta de que a mayor número de opciones, mayores posibilidades de éxito. Es lo que explica en parte que la lista de ganadores la encabecen Estados Unidos, Rusia, China, Brasil (entre los nuestros) y que con la excepción de Cuba, que es una isla diminuta al lado de estos colosos, la relación entre el número de habitantes y el número de trofeos es casi constante dentro de justas proporciones.
La excepción, que es la isla antillana, es muy diciente, porque demuestra de qué manera la preparación, el entrenamiento y el cuidadoso proceso de selección de los competidores suplen las deficiencias propias del factor demográfico.
En Colombia ocurre lo contrario: que a pesar de la ventaja poblacional y de ser, después del Brasil, el segundo país de Sur América con el favorable ingrediente de la gente de color, que se caracteriza por lo fornida, la falta de capacitación limita nuestras posibilidades.
A nadie se le escapaba, al contemplar el pobre desfile de presentación de la delegación colombiana, que era difícil esperar una carrera triunfal con tan precaria preparación y con tanta desidia del Estado. Es un fracaso que debe apesadumbrarnos a todos, pero, principalmente, a los encargados de capacitar a nuestros deportistas.
El solo hecho de no haber calificado para competir en fútbol, para lo cual contábamos con razones y antecedentes que nos permitían abrigar cierto optimismo, nos está poniendo de presente los malos augurios con que se inició nuestra participación. Una prueba de canto es y será el contraste entre nuestra actuación en la preolimpíada futbolística de los primeros meses del año y la manera cómo, pocas semanas después, la selección Colombia en las eliminatorias por la Copa Mundo demostró nuestro poderío.
Trajinando unos viejos escritos de don Tomás Rueda Vargas que conservaba en un desván, tropecé con un artículo sobre el deporte en nuestro medio, publicado hace exactamente setenta años, es decir, en 1926, y allí se analiza el llamado desamor de nuestro pueblo por los deportes, y se da buena cuenta de un diagnóstico que debió hacer sonreír a más de un colombiano en aquellas remotas épocas. Se controvierte en tal escrito la peregrina teoría de que los deportes no prosperan en nuestro suelo por tratarse de instituciones y experiencias extranjeras que carecen de raigambre entre nuestra gente. De acuerdo con este concepto, los españoles tendrían que circunscribirse a jugar pelota vasca y nosotros muy probablemente al turmequé de origen indígena.
El transcurso del tiempo ha demostrado precisamente lo contrario. Tanto en España como en Colombia el fútbol de estirpe anglosajona ha acabado por constituirse en el más popular de los entretenimientos nacionales en los días feriados, y los espacios consagrados en la radio y la televisión para comentar los torneos y criticar a los jugadores, son los de mayor audiencia entre los estamentos sociales con menores ingresos, así se fastidie la elite extranjerizante que aspiraría a escuchar programas más universales.
Es este, en cierto modo, un chico pleito frente a lo que verdaderamente me inquieta en una época en que necesitamos más que en ninguna otra, una presencia destacada en el Continente.
Cómo es posible que, cuando años antes, ganábamos la vuelta a España, competíamos por títulos universales en boxeo y derrotábamos en fútbol estruendosamente a la propia Argentina, hoy no podamos rivalizar ni con Ecuador ni con Costa Rica?
Será por falta de aptitudes? Yo no lo creo. Será porque somos perezosos e inconstantes? Tampoco lo admito. Tal vez podemos sacar una enseñanza del diagnóstico de don Tomás. El deporte favorito del pueblo español fue por siglos la guerra y de la madre patria heredamos prematuramente esta inclinación que no se puede poner en práctica en períodos de paz. No será acaso esta la razón de que en los últimos cuarenta años hayamos descuidado los otros deportes? Dios sabe cuántos guerrilleros hubieran sido excelentes atletas!
Miami, agosto/96
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