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YO CREÍA QUE ERA NOVELISTA

Salvador Garmendia, el novelista venezolano que durante los años setenta fue asimilado al llamado boom de autores de América Latina, se ha convertido últimamente en cuentista.

Santiago Gamboa
Tras haber iniciado su carrera con novelas como Día de ceniza, Los pequeños seres y más tarde Memorias de Altagracias, Garmendia se entregó de lleno al cuento. De ahí sus Cuentos cómicos, historias jocosas y trágicas que la editorial francesa Gallimard acaba de sacar a la calle, en traducción de Annie Ambernie.
Qué es un cuento cómico?
En este caso son cuentos que no dan ganas de reír. El hecho de que sea cómico no quiere decir que tengas que reírte. La comicidad forma parte de algo diferente a la risa, es quizá más compleja, más profunda, mucho más que la carcajada. La comicidad no tiene por qué ser exterior. En ocasiones es extrañamente profunda. En este caso no se trata del chiste, de la ocurrencia graciosa ni de complacer al público, sino de revelar ciertos aspectos cómico-grotescos de la vida.
Es necesaria hoy la comicidad?
Sí, y especialmente en Venezuela. Hace falta la comicidad cuando vemos que teníamos un dólar a 4.30 que pasó a valer 500. Eso es como caerse del techo y partirse una pierna. El país entero está convaleciente y es bueno sonreír, al menos sonreír, pero no la carcajada, que cierra los ojos.
A usted lo calificaron siempre de expresionista . Se siente aún dentro de esa categoría?
Nuestro querido Severo Sarduy, que sigue estando con nosotros, en lugar de expresionista dijo que mis cuentos eran miserabilistas , porque llegaban a explorar tales estados de pequeñez humana, casi de vida microscópica, que daban lugar a esa clasificación. Yo creo que tenía razón: muchos de mis cuentos exploran esa parte de la vida que apenas logra separarse del suelo, que apenas se levanta, sin que por eso sea antagonista de la grandeza.
Usted es un autor de interiores, y un autor urbano, que rompió con el costumbrismo que predominaba en Venezuela en la narrativa anterior.
Yo creo que hay un costumbrista dormido, o medio dormido, al interior de cualquier escritor. Es común y a veces el escritor no lo ve, pero está allá, porque al escritor le gusta contar cosas, evocar situaciones, ir a las costumbres. Hay, a la vez, una rebelión del escritor contra ese costumbrismo, lo cual me parece muy sano. Es necesario derrotar ese viejo costumbrismo latinoamericano que nos sumió en un ambiente grasiento, infeliz y un poco estrecho, para pasar a una vida urbana más compleja, como es hoy la realidad en cualquiera de las megalópolis latinoamericanas. Yo me he movido en ese terreno un poco resbaladizo, aunque me siento mejor en lo interiores.
De mi se dijo que era el primer novelista urbano en Venezuela, lo que no es cierto en absoluto. Más cierto sería si me llamaran el primer novelista del mundo interior , donde la pelea no es afuera sino adentro.
Por qué dejó de escribir novelas?
Yo estuve mucho tiempo convencido de que era un novelista. Hoy sé que no es así, porque la novela ha tomado caminos raros y vericuetos tan extraños en los últimos 10 años, que yo no sabría qué aplicar para orientarme en ese laberinto que se ha creado con la narración. Entonces he tenido una gran cautela con la novela, y un gran temor ante ella... Qué voy a decir? El crítico, que era nuestro gran orientador, está desapareciendo contra la figura del editor.
Se lee la literatura francesa de hoy en Venezuela?
La de este momento no, pues ni en Venezuela ni en general en América Latina se traduce mucho. Traducir es caro y tiene sus riesgos. Por otra parte la literatura, e incluso la francesa, necesita un poco de tiempo para expandirse fuera de sus fronteras. Primero repercute en el país suyo, como es natural, y luego sale. Primero nos oyen hablar en la casa y luego en el vecindario. Antes sí, en los años cincuenta y cuarenta. En esa época la literatura francesa gobernó en Latinoamérica, y específicamente en Venezuela. Las influencias de todos eran francesas, era la directriz de cualquier movimiento literario en Venezuela, en Colombia, en América Latina. Y además la pasantía por París era casi obligatoria para un escritor latinoamericano. No se concebía que un escritor dijera nunca fui a París . Eso tenía que decirlo con la cara roja de vergenza, pues era parte de la formación. Y no gratuitamente, pues Francia en aquel momento era el centro de la vida intelectual de Europa. Por eso se le sacaba una experiencia tremenda a esa pasantía.
Santiago Gamboa
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