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EL FÚTBOL EMPRESA

Las cifras son tan contundentes, que en principio cuesta asimilarlas. La final de la Libertadores entre River Plate y América dejó una taquilla de 2 762.735 dólares (2.800 millones de pesos). Con los derechos de televisión y la publicidad estática, trepó a casi cuatro millones, récord en la historia del fútbol suramericano de primer nivel mundial.

Jorge Barraza
Rupert Murdoch, el magnate inglés, dueño de diarios y cadenas de TV, acaba de firmar un contrato por el que pagará 240 millones de dólares (24 mil millones de pesos) por año para transmitir los partidos del campeonato de Inglaterra, denominado ahora Premier League. La empresa Reebok abonará 80 millones de dólares (8 mil millones de pesos) en ocho a la AFA por ser la camiseta oficial de la Selección Argentina. Eso, además de proveerla de toneladas de indumentaria y asignarle un royalty (porcentaje) sobre ventas.
Las cifras impacta, sorprenden, encandilan. Son un reflejo de lo que es el fútbol hoy: el máximo fenómeno mundial. Deportivo y de todo tipo. Los genios del mercadeo empresarial lo han captado y, si ofrecen semejantes recompensas, significa que el botín es decididamente fabuloso.
La contrafigura de esta fastuosa danza de millones, la contracara pobre, son los clubes. La inmensa mayoría de las instituciones atraviesa graves dificultades financieras, otros están al borde de la quiebra, los más deben millones de dólares y otros reflejan carencias de todo tipo. Real Madrid debe 120 millones de dólares, Sporting de Lisboa, 50; Benfica, 80; River Plate, unos 12; Independiente, 14; Flamengo, alrededor de 25...
La contradicción es patética: aquellos que producen el fútbol, los que generan la montaña de millones que moviliza esta pasión única, se debaten en la miseria o los tapan las deudas. La excepción son los clubes privados, aquellos convertidos en sociedades anónimas y manejados con sentido y estructura comercial.
La pregunta es, no habrá llegado la hora de convertir los clubes en empresas?
La primera reacción frente a esta posibilidad es de temor: Independiente S.A.? Vender el club...? Entregar la historia? Mancillar el recuerdo de Bochini? Nada de eso: adecuarse a los tiempos.
A finales de la década de los 20 y comienzos de los 30, el fútbol pasó del campo amateur al profesionalismo. Y los clubes no solo no desaparecieron, se convirtieron en los fenómenos de masas que son actualmente. También en aquella oportunidad se temió por lo desconocido. Fue un éxito.
Sin embargo, el mundo es dinámico. Lo que entonces resultó un acierto, hoy es un sistema que languidece y agoniza.
El Milán es propiedad privada. No le va tan mal. El Atlético de Madrid pertenece a un señor con nombre y apellido: Jesús Gil y Gil. Y goza de una situación financiera excelente, muy superior a la del Real Madrid, todavía una sociedad civil. Por otra parte, ningún hincha del Real hubiera puesto 15 millones para adquirir al Atleti . Gil y Gil es colchonero hasta la médula; jamás tiraría abajo su inversión ni sus sentimientos. Berlusconi es fanático del Milán. Es decir, la esencia del amor a los colores no se pierde. Y si el club va a la quiebra, siempre puede aparecer otro hincha y rescatarlo.
Estas fenomenales instituciones que cuentan con 60 mil ó 70 mil socios, que requieren un complejo aparato administrativo y movilizan fortunas, no pueden ser dirigidas ad honorem por un hombre que, después de una dura jornada laboral, con obligaciones familiares, pasa un ratito por el club para ver qué novedades hay. Tiene que ser un ejecutivo que le dedique 10 horas diarias con su mente exclusivamente puesta en desarrollar y engrandecer al club.
Ha llegado la hora del fútbol empresa. Lo otro, ha quedado demostrado, no funciona más.
Jorge Barraza
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