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EL CRIMEN EN LA III ESTACIÓN

Diego Fernando Valencia Blandón, el hombre que confesó haber asesinado a Sandra Catalina Vásquez, vio a la niña desde que esta llegó de la mano de su madre a la III estación de policía el 28 de febrero de 1993.

JOSÉ NAVIA
La niña creyó ver a su padre y entró a buscarlo. Los policías iban y venían, ella recorrió los pasillos, tocó en los alojamientos del segundo piso. En el tercero fue hallado su cadáver minutos después.
Los testimonios apuntaban hacia a Valencia Blandón desde hace tres meses, pero los investigadores prefirieron esperar los resultados de la prueba científica.
Diego Fernando Valencia Blandón estaba entre los policías que el 28 de febrero de 1993, a eso de las diez la mañana, se agolparon frente a la mujer que acusaba a los uniformados de la III estación de Bogotá, de taparse con la misma cobija.
La mujer llevaba a Sandra Catalina de la mano. Y preguntaba por el padre de esta, Pedro Gustavo Vásquez, un agente que había sido trasladado un mes antes a la XIV estación, en el barrio Ricaurte. El agente Vásquez sin embargo, aún tenía su dormitorio en la primera estación, al pie de los cerros de la ciudad.
Pero ese domingo no lo pudieron hallar dentro del cuartel policial, y al saberlo, la mujer estalló en cólera.
Minutos después, la niña creyó haber visto la figura de su padre a través de uno de los gruesos ventanales. Mami!...Allí está mi papá , grito la niña. No nos quiere dar la cara, es que no nos quiere , dijo la mujer. La niña, sin embargo, ingresó a la carrera a buscarlo.
Un poco antes de las diez de la mañana, Pedro Gustavo Vásquez había entrado a la cevichería Cartagena, en el centro de la ciudad. Pidió unas ostras en vino, pagó mil pesos y siguió para el Salón Bogotá, dos cuadras más abajo.
Allí desayunó con consomé de pescado, chocolate y pan. Después de pagar los 950 pesos de la cuenta caminó tres cuadras hasta la carrera 13 y cogió una buseta que lo dejó cerca a la XIV Estación, a donde llegó cerca de las once de la mañana. Ese fue el relato de Pedro Gustavo Vásquez ante las autoridades, respaldado por la versión de quienes lo atendieron en los dos negocios.
Mientras, afuera de la III estación, la madre de Sandra Catalina pidió papel y lápiz y se sentó en un pequeño muro a escribir una nota para su ex esposo. Cerca de allí, un agente se hacía lustrar las botas.
A esa hora, un sargento y un policía bachiller limpiaban una patrulla en un patio interior. La niña recorrió los pasillos, ingresó a la sala de televisión y minutos después subió al segundo nivel. Los policías iban y venían. Diego Fernando Valencia Blandón ingresó a la estación detrás de la niña.
En el segundo piso, Sandra Catalina tocó a la puerta de algunos alojamientos y preguntó por su padre. En el tercer piso, mientras tanto, un suboficial dormía profundamente en la parte inferior de un camarote después de haber cumplido un turno de 24 horas. A unos sesenta metros de allí fue hallado el cadáver de la menor. El tercer nivel había sido evacuado parcialmente debido a obras de remodelación.
La investigación indica que varios indigentes permanecían encerrados en un calabozo en la parte posterior de la edificación. Sandra Yaneth, la madre de la niña, demoró unos 15 minutos en escribir una nota amenazante y la entregó a uno de los agentes que prestaba guardia a la entrada del cuartel.
Unos 15 minutos después, Sandra Yaneth pidió permiso para buscar a su hija. La buscó por todas partes, regresó al primer piso preocupada e inició de nuevo la búsqueda. A medida que pasaba el tiempo aumentaba la desesperación de la madre... Mi niña....mi niña no está!, gritaba por los pasillos, que en pocos minutos se llenaron de policías que buscaban con afán.
A las 11: 05 apareció el cadáver de Sandra Catalina en uno de los baños. Y comenzó el drama para su madre, que culpó a Pedro Gustavo de la muerte de Sandra Catalina, y para este, que fue esposado minutos después, y pasó tres meses y medio en la cárcel de Facatativá, aislado y vigilado permanentemente.
Luego de comprobarse la inocencia del padre, el Fiscal 31, Guillermo Vela Sarmiento, comenzó a explorar otros caminos, pero el culpable no aparecía.
Casi dos años después de ocurrido el crimen, el director de la Policía, Rosso José Serrano, nombró un equipo especial, al mando del mayor Marcos William Duarte Valderrama. La cacería del violador se denominó Operación Púrpura .
La prensa fustigaba a la policía y a otros organismos de investigación. Enrique Santos Calderón preguntó el 12 de marzo de este año, en su columna Contraescape de EL TIEMPO, Qué es lo que pasa? Qué falla? Es falta de recursos y técnicas para investigar? Es falta de voluntad o franca ineficiencia? Es indiferencia, cinismo, corrupción? Se trata de un caso imposible de resolver por razones objetivas? Si es así, cuáles son? Que por lo menos se le explique a la opinión por qué la muerte de esta niña sigue impune. Que alguien diga algo. Tanto silencio es sospechoso...
Los seis investigadores recortaron esa columna y la guardaron en sus agendas. A veces la sacaban y la leían en las reuniones que hacían en su pequeña oficina del segundo piso de la Dijín, en el sur de la ciudad. Ayer, el mayor Duarte la leyó una vez más sin la desesperación de otras veces.
Desde esa oficina, en coordinación con el fiscal Vela Sarmiento, se fueron recolectando las piezas de este difícil rompecabezas hasta lograr que estas ajustaran perfectamente. Eso se logró hace tres meses, pero el fiscal y los investigadores prefirieron esperar hasta tener la comprobación científica mediante la prueba genética, hecha en los laboratorios del FBI en Washington.
Durante esos noventa días, los investigadores padecieron día y noche siguiéndole los pasos a Valencia Blandón para que no le fuera a ocurrir nada. Los testimonios recogidos lo señalaban como el autor del crimen.
El resultado del examen llegó de Washington el pasado miércoles. El mismo día, el fiscal dictó la orden para la indagatoria de Diego Fernando Valencia Blandón. Este fue detenido el jueves a las dos de la tarde en la carrera 8 con calle 87, en Bogotá, vestido de civil.
A las tres ingresó a la fiscalía 31. Vestía deportivamente y estaba tranquilo. Y así se mantuvo durante la mayor parte de la indagatoria, hasta que, hacia la media noche aceptó los cargos, y unas nueve horas después lo hizo frente a los periodistas que acudieron a la rueda de prensa.
Esa madrugada, a la 1:30, el fiscal 31 cerró la puerta de su despacho, en el tercer piso del edificio de Paloquemao, con cierto alivio, y se fue a su casa, a seguir trabajando en uno de los 70 casos que tiene a su cargo.
El padre de la niña, quien trabaja en una empresa de mensajería, afirma que Valencia Blandón nunca me inspiró confianza, lo saludaba pero no más .
Según Vásquez, al hombre le decían Chimbis , y era un tipo medio loco, se cortaba el pelo al estilo punk , cuando estaba de civil andaba con cadenas en el cuello, guantes negros y un walkman .
Las investigaciones también determinaron que Valencia Blandón frecuentaba la esquina de la carrera 7 con calle 24, donde había hecho amistades con las prostitutas, homosexuales, delincuentes y expendedores de droga que se reúnen allí por las tardes y las noches.
También fue visto varias veces en el sector conocido como La Alameda, una zona del centro de la ciudad con características similares a la anterior. Eso y otras señales se ajustaban al perfil sicológico del criminal hecho por los investigadores.
Y el viernes, a las nueve y media de la noche, sentado frente al televisor, Pedro Gustavo Vásquez vio por tercera vez en ese día el rostro del hombre que confesó haber estrangulado a su hija.
Se pasó la mano por el cabello, tomó aire y lo exhaló con fuerza, se movió inquieto y salió de la habitación. En medio del dolor siento un descanso porque ya no me van a señalar... a los que me acusaron tal vez los perdone, pero al que mató a mi hija no .
Rompecabezas
Desde marzo pasado, los investigadores de la Dijín, con la paciencia y el cuidado de un artesano, fueron confeccionando un complejo tejido. Para ello, realizaron 115 entrevistas, y recopilaron las hojas de vida de los 645 policías adscritos a la III estación y álbumes de fotos, hicieron seguimientos de muchos días, análisis, perfiles sicológicos y usaron muchos otros métodos dignos de una novela policíaca.
El primer paso del director general de la Policía y de los investigadores fue concientizar mediante cartas y afiches con frases claves al personal de esa institución para que colaborara con la investigación.
Luego, reunieron los nombres de los agentes que prestaban servicio en esa época en la III estación. Algunos estaban retirados de la institución y otros habían sido trasladados a Cúcuta, Santa Marta, Barranquilla, Cali y Pitalito, entre otras ciudades.
Examinaron los planos de III estación, confeccionaron una maqueta del edificio y se metieron en el cerebro cada detalle del proceso. Toda la información fue a parar a un computador cuya impresora devoró tres cajas de papel para reunir parte de esa información en varios tomos.
Reconstruyeron paso a paso lo que ocurrió en cada rincón de la III estación esa mañana de domingo, pero muchos de esos detalles solo se sabrán después de que el caso haya sido fallado en forma definitiva.
En una oportunidad los investigadores pensaron que tenían resuelto el caso. Todo dependía de un testimonio, pero la persona que clave, el agente Velásquez, había muerto meses antes en un atentado dinamitero de la guerrilla.
Otras veces creyeron que un designio maligno rodeaba el caso. Al padre de la niña lo hirieron de un tiro en una pierna y le robaron dos motos, la placa de una de ellas terminaba en 28, una mujer que fue señalada como amante de Gustavo Vásquez también falleció por causas naturales y casi no pudieron contar con un testigo clave porque se halla en estado terminal.
JOSÉ NAVIA
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