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El peor de los mundos

Mañana, en California, los votantes participarán en un referendo que busca legalizar la producción, tenencia y consumo de marihuana. Las encuestas muestran división de opiniones, aunque en esos referendos suelen votar sobre todo sus promotores, y por eso la propuesta tiene posibilidades de salir adelante. Pero más allá del resultado, el tema ha entusiasmado a quienes defienden la legalización de las drogas perseguidas, con el válido argumento de que si no hubiese prohibición, no habría mafias, pues estas se desarrollan justamente en medio de la corrupción que genera la veda de una actividad.

MAURICIO VARGAS
El tema de la legalización tiene muchas aristas: está la de eliminar las
mafias, claro, pero también hay temas de mensaje: ¿qué decirles a los hijos a
quienes colegio y familia llevan años mostrándoles los daños que causan esas
sustancias, frente a decisiones legislativas que levanten la prohibición?
Supongo que habrá que adecuar el discurso, y alegar que no todo lo permitido
es bueno y que así como no es recomendable que consuman cigarrillo, ni que
tomen alcohol, al menos antes de los 18 años, tampoco lo es que metan drogas,
sin importar si es legal o no.
Pero, volviendo al tema de las mafias, aunque es válida la hipótesis de que
desaparecerían si se acaba la prohibición, hay que aclarar que eso sólo
ocurriría si hay una legalización universal de las sustancias prohibidas, y en
todas sus etapas: siembra, producción, tráfico, distribución y consumo.
Mientras haya etapas del proceso o un grueso de países donde subsista la
prohibición, las mafias seguirán activas y fuertes.
Si sólo se despenaliza el consumo, como ocurre en varios países europeos, o
si, como puede pasar en California, allá queda permitido lo mismo producir,
comercializar que consumir, esa legalización parcial puede llevarnos a un
escenario terrible para países como Colombia. Si en los países consumidores
del primer mundo gana terreno la tendencia a la legalización, pero eso se da
de manera gradual y lenta, como hasta ahora ha ocurrido, los países
productores como Colombia y México, que hasta ahora han puesto la mayor cuota
en sangre, corrupción, mafia y miseria, seguirán en lo mismo o, aún peor,
convertidos en los únicos donde se libra la guerra.
Claro, las autoridades de esos dos países –y otros de la región– podrían
también tomar la decisión de legalizar, pero entonces es muy probable que los
gobiernos del primer mundo, de Washington a Londres, de Madrid a Tokio, donde
la legalización sólo ha avanzado tímidamente, pondrían el grito en el cielo y
exigirían que México, Colombia, Perú, Bolivia y otros siguieran en el combate
contra los carteles de la cocaína y demás. Eso para no hablar de lo que
ocurriría con esos carteles, que ya se enriquecieron y ganaron enorme poder
económico, político y armado, y ahora además se convertirían en legales. En
fin, un escenario nada sencillo.
¿Cuál sería la solución? Difícil decirlo, en especial porque hay nutrida
evidencia de que la lucha librada hasta ahora no ha dado resultado. Aunque es
verdad que en Colombia el poder de los carteles ha cedido gracias a un inmenso
y valeroso sacrificio de la sociedad y de las autoridades, parte del negocio
se ha mudado a países con instituciones más débiles, como los
centroamericanos, y la producción y tráfico, en el caso de la cocaína, sigue
intacta en el global. O nos quedamos como estamos, con resultados tan poco
alentadores como los alcanzados, o los gobiernos del mundo llegan a un acuerdo
de legalización total, con todos sus costos, riesgos y ventajas. Pero dejar
que avance poco a poco la legalización en los países consumidores, mientras la
guerra se concentra cada día más en los productores, es el peor de los mundos
para Colombia.
mvargaslina@hotmail.com
HERJOS
MAURICIO VARGAS
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