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LA CIENCIA NO MIENTE

Las medallas de Colorado se recogen con una pala. Jeannie Longo, dos veces ganó el oro; Miguel Induráin, lo hizo en una; Danny Nelissen, el nuevo campeón mundial aficionado, otra. Una buena cosecha. Antes de llegar a Colombia, estos tres corredores habían seguido una detallada preparación en las montañas rocosas de esa región estadounidense.

GUY ROGER
Más de 50 días para Miguel Induráin; otros tantos para Longo; Nelissen, el holandés del corazón loco, superó, por su parte, a sus dos colegas. Se quedó en Colorado desde el mes de julio, bajo la vigilancia de un médico especializado, encargado de canalizar sus esfuerzos.
Se les había avisado de los perversos efectos de la altura; se les había repetido que la falta de glóbulos rojos les condenaría... Entonces, Induráin dedicó toda la segunda parte de su temporada al montaje de un kit de tres pisos: 1. La contrarreloj del Mundial; 2. La ruta del Mundial; 3. El récord de la hora. De qué manera? Por intermedio de una preparación científica.
Porque, ahora no se puede lograr nada sin que los kilómetros sean filtrados por un computador. No ha pasado ni un solo día en que el doctor Sabino Padilla, del Banesto, determine los niveles del ácido láctico, a partir del cual los músculos no reciben más oxígeno y, en cambio, se asfixian por las toxinas. En su caso o en el mío, eso se llama calambres, que son el enemigo número uno de los ciclistas.
Hace tiempo que los campeones no hacen ni un esfuerzo de manera empírica. Hace una década, los corredores entrenaban todavía según las sensaciones y, el que no hacía treinta horas de carretera cada semana, no era considerado como un profesional. Miguel Induráin no inventó nada. Los médicos fisiologistas son el factor del éxito desde hace ya bastante tiempo.
En Italia, el profesor Francesco Conconi y el doctor Michele Ferrari son verdaderos joyeros en esa disciplina. Ferrari, por ejemplo, fue el protagonista número uno, tanto como Moser, en el propio récord de la hora del italiano en 1984. Ahora, está encargado de la carrera de muchos corredores, de los cuales los más famosos se llaman Tony Rominger y Evgueni Berzin. Sus experiencias en las faldas del volcán mexicano Popocatepelt, a casi 4.000 metros de altura, con los maratonistas y los corredores de fondo italianos, fueron recompensados por muchas medallas de oro y varios títulos olímpicos.
Esa nueva generación de médicos borró definitivamente la época de los Juegos Olímpicos de Los Angeles, por ejemplo, cuando los atletas se preparaban en altura, luego bajaban al nivel del mar y, por último, recibían transfusiones de su propia sangre enriquecida con los glóbulos recogidos en las cumbres. Este método permitía, se decía, superar las actuaciones al menos en un 15 por ciento.
Ahora, con los fisiólogos y los bioquímicos, se va más adelante. Los dos, en llave, junto con un entrenador de alto rendimiento, y los kilómetros se hacen con un ordenador colgado de la muñeca. Las intensidades son controladas, igual que el ritmo cardíaco, y hasta la recuperación se vigila, lo que antes parecía un pecado de pereza.
Por primera vez este año en el Tour de Francia, cada corredor del equipo italiano Carrera llegó con un ordenador de alto nivel en su equipaje (cada uno a un costo de cinco mil dólares, o cincuenta millones de pesos). Por la noche, la primera cosa que hacían era introducir en un computador todos los datos que el cuerpo había transmitido durante la etapa.
Lo más seguro es que el récord de la hora de Miguel Induráin obedecerá al fenómeno, ahora irreversible, de la ciencia, que se puso al servicio del corredor. El año pasado, Tony Rominger había batido esa marca en dos oportunidades. Una semana antes, nunca había subido a una bicicleta de pista, que, como usted sabe, lleva un piñón fijo y exige una manera de pedalear muy especial.
Pero, el doctor Ferrari le había preparado un programa completo. De las horas de sueño a los gramos de pollo que debía comer y las intensidades de kilómetros que debía rodar. Ese plan no lo había inventado, sino, traducido a partir de los resultados de los test del ácido láctico. Y, hay que reconocer, tanto en el caso de Rominger con en los de Induráin, Longo o Nelissen, la ciencia no miente.
GUY ROGER
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