El virrey Ezpeleta fue uno de sus visitantes y tuvo que pasar una noche en el municipio y comer piquete por el camino para llegar a la cascada.
Con relatos como estos y otros hechos anecdóticos que se dieron en los siglos XVIII y XIX alrededor del salto, el botánico e historiador Santiago Díaz Piedrahíta y la veterinaria María Victoria Blanco logran recuperar parte del encanto de la cascada.
La Biografía del salto del Tequendama, recopilación de 153 páginas, es una especie de clamor para que se vuelva a poner atención sobre estas cataratas, que antes eran punto obligado para diplomáticos y presidentes, cuenta Díaz.
Hallazgos interesantes El libro retrocede al mito de su creación, cuando Bochica, el dios de los chibchas, arrojó su vara de oro al Tequendama y abrió las peñas para sacar el agua que inundaba a la sabana, y recuerda que este símbolo fue inmortalizado en óleos por el geógrafo Alexander Humboldt y en un dibujo del pintor Alberto Urdaneta, que luego se convirtió en la portada del Papel Periódico Ilustrado, medio de la época (1883).
Pero tal vez el dato más revelador es que el salto hizo parte del escudo de las Provincias Unidas de la Nueva Granada (en 1814), al lado del cóndor, un nevado y un volcán.
Con esta recopilación y un repaso de su importancia ambiental y de sus alrededores, queremos que la gente se reenamore del lugar y no lo vean sólo como el sitio que huele mal, dice Blanco, quien ha dedicado 15 años a recuperar el bosque de niebla de la caída.
La publicación también cita que allí el botánico José Celestino Mutis descubrió la planta Espino del Tequendama, que en homenaje a José Barnades, director del Real Jardín Botánico de Madrid, llamó Barnadesia spinosa.
Mutis fue el primero en calcular la altura del salto (255 varas) y luego lo siguieron Humboldt (220 varas) y el sabio Francisco José de Caldas (219,9 varas), pero hoy aún no hay certeza sobre la medida. Los cálculos varían entre los 157 y los 160 metros