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¿Sin reemplazo?

Chela del Río murió. Y entramos en un zapping hacia el recuerdo. Y nos llegan imágenes de Carmen de Lugo, Teresa Gutiérrez, Dora Cadavid, Judy Henríquez, Vicky Hernández, María Eugenia Dávila, Consuelo Luzardo, Carmenza Gómez, María Cecilia Botero, Alejandra Borrero. Y al recordar estas actrices uno se pregunta: ¿Por qué las actrices de antes era eternas en la pantalla y las de ahora son estrellitas de un día?. La respuesta es múltiple: ahora no tenemos actrices sino caritas bonitas que actúan de sí mismas; el negocio cambió y ahora se requiere carne fresca para innovar la pantalla y hacer industria; a las actrices colombianas no les gusta ser exitosas ni vedettes.

ÓMAR RINCÓN
Carmen de Lugo actuó el primer día de la televisión (13 de junio de 1954) y
hasta que murió. Teresa Gutiérrez fue La Abuela y actuó personajes
inolvidables: en Los cuervos y Pecados capitales; y la vimos hasta que
murió. Dora Cadavid hizo de todo, especialmente fue un prodigio en Café con
aroma de mujer y en Yo soy Betty la fea. Y tenemos que decir que todos nos
enamoramos alguna vez de Judy Henríquez; que María Eugenia Dávila en Pero
sigo siendo el rey reinventó los modos de ser mujer de telenovela en
Colombia; que Vicky Hernández ha hecho grandes papeles como el de Azúcar;
que a Consuelo Luzardo la seguimos viendo salir con cama y todo por las
calles de esa nostalgia llamada Caballo viejo; que Carmenza Gómez es una
gran actriz y sigue estando en pantalla, su último gran papel fue en El
último matrimonio feliz; que María Cecilia Botero fue y sigue siendo nuestra
enamorada; y que Alejandra Borrero nunca ha dejado de estar en pantalla.
Y las hemos visto desde siempre y son la imagen de la televisión colombiana
y nos han enseñado que no basta con ser una cara bonita si no se sabe
actuar. Ellas en cada papel han sabido tener la pausa para que les
entendamos lo que hablan, la búsqueda interior para hacer personajes
distintos, la sensibilidad para encarnar esa guerrera irrestricta que es la
mujer colombiana. Ellas han sabido estar en pantalla. Y por eso vivirán para
siempre en nuestras memorias televisivas. Claro, era otra pantalla: una de
dos canales nada más, más de 20 productoras/programadoras que en cada
telenovela y seriado se jugaban la vida, tiempos de más lentitud y más
dramaturgia.
Pero todo cambió. De 20 programadoras nos quedamos con 2: Caracol y RCN. Y
aunque se hicieron muchas telenovelas más, pocas pasaron a la memoria
nacional. Los seriados desaparecieron y con ellos los directores con sello
propio y hasta perdimos a los guionistas. Se quiso buscar el mundo perdiendo
la identidad. Se intentó lo neutro/mexicano y nos volvimos expertos en hacer
maquila sin actrices ni actores ni relato nacional. Y, por eso, desde 1995
no nos acordamos ni de los nombres de las actrices.
Ser actriz dejó de ser un oficio que se aprende y se sufre y se vive desde
adentro y se cuenta pensando con el cuerpo. Y se convirtió en un oficio de
moda, en tener los 15 minutos de fama, en el que no se actúa sino que se
está en pantalla, en el que para hablar del personaje sólo se sabe decir
“que fue rico, que es toda una experiencia, que me sentí natural”. Y es que
todas actúan natural porque saben hacer un único papel: como ellas mismas.
Luego desaparecen para siempre. Y esta es la regla de la industria: caras
nuevas, emociones desechables, poco respeto por la actuación, la dramaturgia
y las historias. Todas se parecen en cómo se ponen en pantalla y en cómo se
ponen ‘en silicona’.
Y, por eso, las actrices de trayectoria (y edad) ya no se ven, las madres de
telenovela tienen que ser jovencitas de 40 y las protagonistas serán las
caritas de moda. Y la industria exige innovación. Ya asumimos el peor
cinísmo de innovación: el improvisar. Y, entonces, a las actrices las vamos
a buscar a los reinados, a las agencias de modelos y a los realities.
Pero en medio de esta escasez de talento pero masividad de bellezas, ha
habido grandes actrices para renovar el cielo de nuestras estrellas, como
Margarita Rosa de Francisco que desde que fue la ‘Mencha’ es nuestra heroína
nacional y con Gaviota, La caponera y la Madre demostró que no sólo era otra
cara bonita; Ana María Orozco, quien con ‘Betty’ encarnó el personaje más
importante de toda la historia de la televisión colombiana y se ubicó como
una actriz impresionante. Más abajito de estas estrellas, Angie Cepeda y
Flora Martínez pasarán a la historia por mamacitas y porque han convertido
en valor de pantalla su presencia y contundencia corporal. Y ya en la
pantalla de todos los días, Margarita Ortega, Marcela Mar y Carolina Ramírez
actúan y emocionan las cámaras.
Pero, como para ser eternas en pantalla se debe asumir que hay que vivir
como vedettes y ser heroínas hasta en la vida cotidiana, ninguna lo logra
porque nuestras actrices no se sienten vedettes, ni celebridades, ni
estrellas. Así, después de cada gran personaje y cuando podrían convertirse
en las reinas de la televisión, huyen hacia su vida íntima, se alejan de la
luz pública y evitan volver a ser masivas. Parece que en Colombia diera
miedo o fuera pecado o no nos gustara ser estrellas. Por eso es tan difícil
tener grandes nuevas actrices.
Cuando pase el tiempo, y la pantalla se siga llenando de más y más chicas
lindas que se quieren hacer llamar actrices naturales, sólo nos quedarán un
poco de imágenes para conmemorar, las de esas jóvenes que no actuaban en la
pantalla sino que convertían su vida, su cuerpo, su cama y sus amores en
relato público. Esas son nuestras divas televisivas. Amparo Grisales, la
eterna seductora; Sara Corrales, la nueva carne en el mercado; Marbelle, la
entrada del gusto popular a la pantalla masiva. Ellas son sinceras: no
actúan pero tienen cuerpo y vida para seducir. Y con eso basta para ser
divas de televisión.
ADRVEG
ÓMAR RINCÓN
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