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La macroeconomía, en la luna de miel

RUDOLF HOMMES
Estamos en plena luna de miel, pero ya el “equipo de ensueño” principia a
mostrar el cobre. El Ministro de Agricultura, por ejemplo, ha defraudado a
quienes esperaban un cambio drástico de la política agropecuaria porque su
primera medida ha sido conservar el notorio programa de Agro Ingreso Seguro,
con el argumento de que se va a excluir a los grandes propietarios. En el
programa original se le daba preferencia al pequeño productor, pero los
grandes burlaron la norma y se fraccionaron para convertirse en
beneficiarios. Para ese fraccionamiento tuvieron que utilizar a toda la
parentela, hasta a las novias de los hijos, y fue así como resultó como
beneficiaria una reina de belleza, que fue lo que detonó el escándalo. La
reina devolvió la plata, mostrando que su carácter le hace juego a su
belleza, pero hasta ahí llegaron los correctivos, porque el gobierno
anterior resolvió echarle tierra al asunto culpando de todo a una
organización internacional que actuaba bajo instrucciones suyas.
Se esperaba que este gobierno cambiara de rumbo, porque es mucho más
productivo y más equitativo destinar el dinero de los subsidios a la
provisión de infraestructura, la capacitación de los productores o la
asistencia técnica y comercial a pequeños productores, por ejemplo. Si la
política agropecuaria va a seguir en lo mismo, podemos despedirnos de la
locomotora agropecuaria y decirle adiós al abaratamiento relativo de los
alimentos, que era la fórmula secreta de Minhacienda contra la enfermedad
holandesa que se nos viene encima.
Anuncian que el Banco de la República se va a ocupar de ese problema en la
reunión de hoy y se augura que va a recurrir a las mismas medidas que en el
pasado han sido ineficaces para contener la tendencia. El Banco y el
Gobierno no están preparados aún para enfrentar exitosamente el problema
porque no es clara cuál va a ser la mezcla de políticas que asegure la
estabilidad de precios y la contención de la apreciación del peso. Quizás
antes de tomar medidas apresuradas para satisfacer a los gremios de
exportadores o llenar los bolsillos de especuladores, el Banco y el Gobierno
deberían preparar un programa macroeconómico coordinado y confiable. En
ausencia de este, la presión a favor del peso puede ser incontenible porque
los últimos anuncios apuntan en la dirección de gastos mucho mayores, sin
financiación.
El Gobierno se ha comprometido con metas de inversión y con objetivos
sociales que son deseables, pero costosos. Ha decidido no tocar las
sobretasas a los salarios y acoger la recomendación de hacerlas deducibles
de los otros impuestos, lo cual es favorable al empleo pero golpea al fisco.
En lugar de anunciar o de presentar un proyecto de ley para eliminar los
generosos estímulos a la inversión ha ido a concertarlo con los gremios
económicos que han aceptado apoyarla, pero con gradualidad. Esta gradualidad
es innecesaria y una manera de decir “sí, pero no”. La reforma del régimen
de regalías, tan anunciada, no ha hecho su debut, y el Gobierno sigue
comprometido a no subir los impuestos (las tarifas). No va a tener otro
recurso entonces que acudir al crédito externo, como ha anunciado, y
fomentar la revaluación, renunciando a utilizar la política fiscal para
combatirla.
La otra medida que reduciría la presión a favor del peso sería una rebaja de
aranceles de bienes de consumo, tanto de origen agrícola como industrial,
pero nadie en el Gobierno está hablando de esto, a pesar de que
neutralizaría el efecto de los mayores ingresos de divisas y de que una
“moderada reducción de los excesivos aranceles agropecuarios podría sacar de
la pobreza a cientos de miles de personas en cuestión de meses” (A.
Montenegro, ‘Contra el dólar de $ 1.500’, El Espectador, 7 de agosto de
2010), y de que la reducción de la protección podría fomentar las
exportaciones de otros bienes y el empleo en sectores en los que la
producción está limitada por el tamaño del mercado doméstico.
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RUDOLF HOMMES
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