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Empresas: abran paso que ahí viene la Generación ‘Y’

Nacieron entre 1980 y 1990. Son alfabetas tecnológicos. Hablan mínimo dos idiomas. Han tenido acceso a educación e información. Conocen el mundo, así sea a través del computador.

Son globales... Todo eso los ha hecho unos
profesionales competentes e innovadores, que están comenzando a ser
demandados por el mercado laboral, por ser una buena materia prima para las
organizaciones.
Sin embargo, pese a su habilidades y capacidades, estos jóvenes y las
empresas convencionales están sufriendo problemas de compatibilidad, si así
se puede decir. Y todo, porque son distintos.
Según Juan Carlos Mejía Fichman, gerente de Consultores en capacitación,
quien se ha preocupado por estudiar el tema, este choque generacional, por
así decirlo, se explica si se revisan los orígenes de estos muchachos.
1. Vienen de familias disfuncionales. Por lo general, han crecido en hogares
donde hay irrespeto y maltrato entre los padres.
2. Papá y mamá trabajan. La no presencia constante de los padres en el hogar
hace que ellos crezcan con valores distintos a los de las generaciones
anteriores, con protocolos de comportamiento diferentes. “La educación
genera hábitos y esto se logra con la repetición de comportamientos. Si no
hay nadie en casa que esté reforzando esto, no los adquieren. Generalmente
quedan a cargo de adultos mayores que se cansan de luchar con ellos o con
personas que no tienen sus mismas características de comportamiento, como
las empleadas”, dice Mejía.
3. Nacieron en la era de las telecomunicaciones. El acceso a la información
y a la comunicación para ellos es inmediata, sin limitaciones de tiempo y
espacio, y en la mayoría de las veces, gratuita. Esto les permite conocer y
saber qué pasa en el cualquier lugar del mundo en tiempo real.
4. Son alfabetas tecnológicos, es como si tuvieran un chip especial para
conectarse con los computadores.
5. Los dos puntos anteriores les dan otra ventaja: la globalidad. Tienen una
visión más macro del mundo. “No necesariamente implica más cultura y
entendimiento del mundo”, aclara Mejía.
Todo esto hace que tengan características muy propias.
- Para nosotros resultan irreverentes o relajados porque no tienen
paradigmas, ni tabús que coarten su comportamiento.
-Son más comunicativos: hablan con personas de todas partes, edades y
estratos. Son buenos para expresar lo que piensan, pero no lo que sienten.
- No tienen estrés por el protocolo en las relaciones interpersonales, ni
sentido de las jeraquías (no usan el don ni el doctor).
- Son individualistas y no saben trabajar en equipo.
Los jóvenes de la Generación ‘Y’ están muy preparados, tienen mayor acceso a
la educación y a la información.
Su reto es hacer gran cantidad de cosas a la vez. Quieren estudiar, aprender
otros idiomas y viajar. Son muy exigentes consigo mismos, pero también viven
de manera individualista. Aman la libertad y la autonomía”.
- Primero descrestan y después atemorizan a los tradicionales
Como los jóvenes de la Generación ‘Y’ están tan bien preparados (idiomas,
habilidades tecnológicas, estudios, creativos, desenvueltos) son muy bien
recibidos por las empresas por el potencial que representan.
Rápidamente se dan a conocer y crean varias redes sociales dentro de la
organización, según los intereses y gustos (deportes, tecnología, aficiones,
rumba).
Por sus habilidades, son rápidos en la producción y elaboración de sus
tareas, con análisis novedosos y modelos de ejecución distintos e
innovadores. Llegan, como se diría, descrestando.
Pero pronto, la novedad se convierte en miedo para gran parte de la
organización, que no es como ellos y que maneja esquemas tradicionales. “Sus
compañeros y jefes empiezan a pensar que estos tipos son muy buenos, saben
mucho y valen menos que yo”, dice Juan Carlos Mejía.
Así, del miedo se pasa al pánico -“me puede quitar el puesto”- por lo que la
organización, desde dentro, reacciona para protegerse. ¿Y la reacción cuál
es? Tratar de anularlos, y para ello, según Mejía, la organización asume
tres actitudes muy frecuentes: ponerlos a hacer tareas ‘secretariales’ o
menores a sus capacidades; fragmentar la información (“que no sepan lo que
yo sé para que no me quiten el puesto”), y construir una muralla para
protegerse; esto es tener oficinas cerradas para no tener contacto con
ellos.
“Estos tres fenómenos por parte de los jefes desestimulan enormemente a los
muchachos, quienes muy pronto toman una decisión: “me voy” y activan sus
redes sociales. No les da miedo renunciar”, dice Mejía.
Para este consultor, esto es gravísimo para la empresa, visto desde dos
puntos de vista: por miedo, pierden una materia prima importante, un talento
humano bien capacitado, y por otro lado, pierden el acceso al conocimiento
de ese mercado potencial de consumidores de servicios y productos.
“A quién le van a vender si no conocen ni entienden quiénes son ellos, sus
clientes del futuro más cercano”, comenta.
por ciento del mercado de consumo estará en manos de la Generación ‘Y’.
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