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CLAVE 1966 LANZAMIENTO DE LA MINIFALDA EN COLOMBIA

Jamás una prenda tan pequeña había provocado tamaña revolución. La minifalda acabó con los ligueros, las enaguas con encaje, los tacones puntilla, los inmensos monos embadurnados de laca, los trajes sastre, las medias con vena, los portasenos puntiagudos, las fajas y la serenidad de los varones. Y creó una nueva concepción de la belleza femenina basada en cuerpos desgarbados, piernas extralargas y faldas supercortas.

Para entender cuán corta debía lucirse la prenda, una de las estudiantes de la Javeriana, que participó, en noviembre de 1966, en el desfile de minis a beneficio de los niños de los chircales, recomendó 29 centímetros . Cuando el asombrado reportero le contrapreguntó: De larga? , la jovencita afirmó:
Nooo. Los 29 centímetros se miden de la rodilla hacia arriba .
Por esa misma época, un científico alemán advirtió a las mujeres sobre el riesgo de usar tan minúsculo vestido. En ellas será causa de graves enfermedades en los riñones y en las zonas bajas del tracto urinario , y advirtió a los hombres sobre el riesgo de accidentes y hasta de agudo estrabismo . Sin embargo, ellas y ellos, sin hacer caso de las admoniciones, se convirtieron, de inmediato, en fanáticos de la minifalda.
En un principio, más que una moda, la minifalda se convirtió en bandera. Era la forma de expresar la rebeldía contra la sociedad pacata y rezandera que crió a niñas regordetas, nutridas con aceite de hígado de bacalao, vestidas al gusto de sus mamás; y a jovencitos peinados con gomina, de corbatín turbayista y zapatos de charol. Era una protesta contra la traída de los niños de París y contra los tabúes del sexo. Era el nuevo símbolo de compromiso contra la censura en el cine, contra la de libros prohibidos en el Indice , contra la música vernácula y el permiso hasta las 6 .
La mini se afincó con sabor contestatario y rebelde entre una juventud que, hastiada de las satisfacciones materiales que proporcionaba papá , se aventuró a brujulear por caminos inéditos en busca de su felicidad.
Precursoras de este mínimo grito de independencia fueron la píldora , la liberación sexual y la inglesita Mary Quant.
La Quant, jovencita de corta estatura 1.58 ctms, estudiante de diseño de modas en el Golmsith s College, se enamoró del tipo más excéntrico de su clase, Alexander Plunket Greene, heredero de una rancia familia venida a menos y dueño de una personalidad que le permitía usar los más ridículos trajes sin importarle un pito.
Plunket introdujo en el grupo a su amigo Archie McNair y entre los tres decidieron poner una boutique en el barrio de Chelsea, sector por donde desfilaba la bohemia de Londres, con sus botas altas, sus medias negras y sus cabellos rizados. Allí nació la minifalda. Mary compraba retazos y saldos de telas para convertirlas en falditas de tal originalidad que al día siguiente la gente se las arrebataba.
El viernes 10 de julio de 1964, en un desfile de modas organizado en Londres, Mary Quant presentó su colección de minis . Fue tal el éxito, que por primera vez en la historia París y Roma perdieron el privilegio de imponer la moda en el mundo, para cederles el honor a los británicos.
Fue la ocasión en que los símbolos sexuales de los 50 las pechugonas italianas Mangani y Lollobrigida y la francesa Brigitte Bardot le endosaron el puesto a la andrógina y desgarbada inglesita Twiggy, de pelo corto y lacio como recién lavado, ropa suelta, medias de lana hasta la rodilla, zapatos planos, pecho aplastado y aire infantil y lejano.
Cuando la minifalda dejó de ser símbolo generacional, se convirtió en moda. Mary Quant definió así el fenómeno: Por primera vez en la historia de la moda, las hijas dejaron de vestirse como sus madres y fueron las madres las que aspiraron a verse como sus hijas .
A las escuálidas jovencitas imitadoras de Twiggy les siguieron robustas matronas de bozo y várice, que pretendieron beneficiarse de la reivindicación feminista y volver a encender, por la vía de la mini , las ya extinguidas pasiones del himeneo, y sacrificar, de paso, con irresponsabilidad, elementales principios de estética. Por culpa de esos bagres nació la contracultura de la media pantalón , prenda que entalegó burdamente la imaginación de los extasiados varones.
En la orilla masculina mientras esas encantadoras minifaldas se achicaban las melenas de los hombres se alargaban. Surgieron entre ellos las patillas, luego la barba y, finalmente, las trenzas. Aparecieron la bota campana, el arete compañero , la maxirruana, la marihuana, las pepas, los viajes , los hippies, la mochila, las comunas, los Beatles, el amor libre, el lenguaje de las flores y los conciertos.
Fueron tiempos de revolución en la que todos querían hacer el amor y no la guerra. Hasta las vocaciones religiosas se resintieron. Por la época de la aparición de la minifalda un seminarista repetía las palabras de San Agustín: Señor, hazme casto... pero no todavía .
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