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ASESINADA ELIZABETH MONTOYA DE SARRIA

Entre velones, jarrones con caracoles en agua, una camándula, un cristo en bronce y una crin de caballo, en un apartamento al que acudía cada semana para exorcisar a los espíritus del mal, Elizabeth Montoya de Sarria, testigo potencial del Expediente 8.000, encontró la muerte el jueves, a la una de la tarde.

Dos homicidas irrumpieron en la edificación de tres plantas, tocaron en el apartamento 302 y entraron a buscarla. Sarria, de 46 años, estaba sola. Esperaba a dos santeros cubanos que hacía tres meses había convertido en sus gurús. 14 balas de una ráfaga de subametrallora nueve milímetros alcanzaron a Elizabeth Montoya de Sarria cuando corría a ocultarse.
Instantes después, ya en la calle, otro grupo de sicarios disparó contra Jesús Humberto Vargas Rojas, 44 años, de quien la Policía sostiene era el guardaespaldas de Sarria y la familia dice que se desempeñaba como comerciante de carnes y que nunca les mencionó a Sarria.
Vargas llevaba consigno un recibo de consignación del Banco de Bogotá por 125 millones de pesos, 700 mil pesos en efectivo y un buscapersonas con varios mensajes enviados desde La Habana, Cuba. Había rentado un Sprint en Uno Autorenta. El alquiler vencía el 5 de febrero.
El nombre de Elizabeth Montoya de Sarria trascendió a la opinión pública después de que la revista Semana publicó la transcripción de dos conversaciones telefónicas que ella sostuvo con el entonces candidato Ernesto Samper y con el tesorero de la campaña, el anticuario Santiago Medina.
El tono de familiaridad en la conversación con Samper, la insinuación de que ella tenía listos los aportes de varios terceros y la aseveración de que había comprado un anillo que se proponía regalar a la esposa de Samper, Jacquin Strauss, en su cumpleaños, trascendieron al país a través de los noticieros de radio y televisión (ver recuadro).
Sin embargo, fue la confesión del ex tesorero de la campaña samperista, el anticuario Santiago Medina el que puso los ojos de la opinión sobre Elizabeth Montoya de Sarria. Según el anticuario, Sarria había conseguido aportes de varios narcotraficantes y estaba dispuesta a cooperar con la Fiscalía suministrando la información que poseía.
La realidad es que, desde cuando trascendieron las interceptaciones telefónicas, Elizabeth Montoya de Sarria permaneció en la clandestinidad. Incluso a esta fecha, a pesar de haber ordenado la detención de su cónyuge, el ex policía Jesús Amado Sarria, actualmente recluido en el Barne, la Fiscalía General de la Nación, que se proponía citarla en el Expediente 8.000, no había podido localizarla.
No teníamos una dirección, ni un sitio en donde notificarla de la citación a pesar de que había enviado varias señales de estar dispuesta a colaborar con la justicia , dijo anoche un fuente del organismo investigador.
La noticia sobre el asesinato de Sarria había causado estupor en círculos judiciales y en el seno del propio Gobierno.
Ayer, en Barranquilla, el ministro de Gobierno, Horacio Serpa, dijo a los periodistas que el presidente Ernesto Samper se había comunicado con el Fiscal y había expresado su preocupación frente a lo ocurrido.
Entre tanto, el ex policía Sarria pidió a la Fiscalía protección para sus hijos y dijo estar dispuesto a hablar pero desde el extranjero, circunstancia que coloca a la justicia en una situación compleja pues el esposo de Elizabeth Montoya enfrenta un proceso penal en Colombia y se desconoce el alcance de su potencial colaboración.
Por lo pronto, anoche, la Fiscalía estudiaba la posibilidad de colocar a los Sarria dentro del Programa de Protección de Víctimas y Testigos.
El crimen
De acuerdo con los testigos, Elizabeth Montoya de Sarria y Jesús Humberto Vargas llegaron poco antes de la una de la tarde, a bordo de un Sprint, a una residencia esquinera de tres plantas, en la carrera 48F número 9808, en el barrio Andes del Río, en el norte de Bogotá.
Uno de los vecinos del lugar reveló que desde hace como dos meses, una vez por semana, venía una señora mona, de cabello corto y estatura mediana, que visitaba a dos muchachos extranjeros que vivían en un apartamento del tercer piso de la casa. Los muchachos son unos cubanos expertos en exorcismos y brujería.
El miércoles al medio día me puse a ver el noticiero cuando escuche una ráfaga de tiros. Mi esposo se lanzó hacia la puerta y la cerró. Los tiros venían de arriba de la casa donde la mona entraba. Después escuchamos otros tiros y al rato supimos que habían asesinado a un señor en la calle , dijo la testigo.
Según fuentes de la Policía, los asesinatos fueron perpetrados por tres hombres que se movilizaban en un Mazda Asahi de color café, de placas BBW-890.
De acuerdo con las versiones preliminares, los tres asesinos conocían perfectamente la rutina de la señora Sarria y por eso llegaron tranquilos en su carro. Eran conscientes de que el grado de efectividad de la acción criminal era del ciento por ciento. Iban a la fija , dijo un oficial de la Policía.
Varios testigos dijeron a EL TIEMPO, sin embargo, que en el homicidio estuvieron comprometidos por los menos siete hombres. Dos que subieron al apartamento 302, 4 que vigilaban a Vargas y un último que fue quien le disparó a quemarropa con una pistola calibre 7.65.
Aunque hacia las 5 de la tarde del jueves el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) practicó la diligencia de levantamiento el de Sarria en el apartamento 302 y el de Vargas, en la calle el cadáver de Sarria sólo pudo ser identificado ayer, 24 horas después.
A Medicina Legal ingresó como Aurora NN , explicó anoche un funcionario del Instituto. No tenía documentos de identidad .
Uno de los testigos que presenció el asesinato de Humberto Vargas relató así el momento del crimen:
Como hacia los 12:30 de la tarde se parqueó un carro Sprint gris y un hombre alto y corpulento vestido bluyín, chaqueta estampada, medias azules y unos collares de pepas. Luego se bajó del carro. Estaba nervioso, caminaba mucho. Se notaba angustiado...
Entró a varios negocios cercanos al apartamento donde fue asesinada la señora. Primero estuvo en una cafetería, frente a la casa esquinera. Buscaba agua pero no encontró. Después caminó una cuadra. Iba hacia el asadero Surtiraves 22 cuando le sonó el buscapersonas.
Alcanzó a entrar al asadero y pidió monedas para llamar del teléfono público de la esquina. Entonces, cuando salía, lo asesinaron .
De acuerdo con varios testigos, aunque Vargas no se percató de ello, dos hombres lo habían vigilado todo el tiempo desde la esquina opuesta. Uno de ellos, le pasó una pistola a un segundo hombre, que se la entregó a otro. Ese fue el que le disparó. Al asesino le gritaron: ese es, ese es, no lo deje ir . Ya habían sonado los disparos de arriba .
Vargas, de tez morena y corpulento, quedó a unos tres metros del teléfono que no servía.
Ahora, la Fiscalía busca a la pareja de santeros cubanos y otras pistas de los hombres que asesinaron a Elizabeth Montoya de Sarria y al comerciante Vargas.
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