Será dura, no solo porque las minas se vuelven el recurso fácil de los combatientes ilegales cuando están debilitados las Farc apelan a ellas ahora más que nunca, sino porque esa batalla desnuda desventajas de la Fuerza Pública.
El Estado busca las minas casi a tientas. Nadie sabe con certeza dónde están, y solo un nuevo muerto, un nuevo mutilado o un nuevo ciego le indican por dónde buscarlas.
Encontrar una puede llevar meses, como lo testifica para este especial uno de los seis pelotones de desminado humanitario que comenzaron a ponerse en marcha hace tres años, mientras que un guerrillero la puede poner en dos minutos, como también lo cuenta un desmovilizado de las Farc que sembró minas durante 9 años.
Como ninguno, el combate contra las minas está lleno de incertidumbres porque no se sabe cuánto costará acabarlas. Mientras a un guerrillero o a un paramilitar ponerla le puede valer 40 centavos de dólar, al Estado destruirla le cuesta en promedio mil dólares, pero tampoco sabe cuántas hay.
Y mientras en otras partes del mundo desminan cuando ha cesado la guerra, los 240 militares entrenados hoy aquí para esa tarea hurgan la tierra en medio de los disparos. Samaniego, población nariñense, es solo una muestra.
Increíblemente, allí hay grupos armados multando hasta con 2 millones de pesos a las víctimas de la minas, con el argumento de que les gastan munición y han desatendido la orden de evitar atajos. Esa era la queja el pasado 18 de mayo,en el último funeral, el de un indígena de 16 años.
En medio de todas estas complejidades, la batalla contra las minas se perfila también como la más larga, porque aun si hoy las Farc, el Eln y todas las bandas emergentes dejaran las armas, el país quedaría enfrentado al riesgo de otros 50 años de mutilados y muertos. Exactamente lo que puede durar activo cualquier explosivo de estos, ya sembrado.
De Colombia sorprende, dice Pascal Simon, experto internacional en el tema, que como en ningún otro país la mayoría de las minas son hechizas. Esas que hacen mayor daño porque están camufladas en objetos impensables, como un balón.
Dos personas (militares o civiles) tropiezan cada día con una de estas trampas en Colombia. Esto, y los 1.700 muertos y 7.700 heridos que ha tenido, contados desde 1990 hasta abril, lo convierten en el primero del mundo en esta tragedia, que comenzó a ser escrita por el Eln hace varias décadas, en San Vicente de Chucurí (Santander) Ahora, como lo demuestra el trabajo de los distintos medios de esta casa editorial, se presenta como uno de los mayores desafíos para el Estado