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Restos ilustres

Un bisnieto del general José María Melo, efímero Presidente de la República en 1854, ha pedido al Gobierno que, con el derecho que confiere al difunto el haber ocupado la jefatura del Estado, se repatrien a Colombia sus restos, enterrados en México.

Nacido en Chaparral (Tolima), en 1800, Melo formó parte de las tropas
libertadoras como teniente de reconocido valor. Su vida fue digna de una
novela de intriga y aventuras; desterrado a Venezuela tras la muerte de
Bolívar, participó en conspiraciones y conjuras y las perdió todas, acosado
por un sino que lo acompañó hasta su muerte. Viajó a Europa, donde se dice
que conoció las florecientes ideas socialistas de la época. De nuevo en
Colombia, fue comerciante, militar destacado y entusiasta aficionado a los
caballos. Quiso la Historia que tuviera papel protagónico en la famosa
rebelión de los artesanos e intelectuales de abril de 1854. Las Sociedades
Democráticas pidieron al presidente José María Obando que cerrara el
Congreso, se declarara dictador y permaneciera al frente de un régimen de
corte popular y socialista. Obando se negó y entonces los revolucionarios lo
tumbaron y convencieron a Melo de que ocupara la Presidencia. Pensaban
ingenuamente que un militar sería garantía de triunfo.
Era una intrepidez utópica y condenada al fracaso. Los partidos
tradicionales se unieron contra el enemigo común y en diciembre de ese mismo
año derrocaron a Melo. Lo más paradójico es que el general fracasó sobre
todo como militar, habilidad que se le suponía. “Llegó a tener bajo su mando
11.000 hombres de muy buenas tropas y las fue perdiendo en operaciones
parciales o en la inacción, hasta encerrarse en Bogotá para sucumbir de un
modo inevitable”, escribió José María Samper.
Desterrado, pasó a Centroamérica y se sumó en México a las tropas
constitucionales del presidente Benito Juárez, que enfrentaban un
levantamiento en Chiapas. Allí encontró la muerte el primero de junio de
1860, fusilado sin fórmula de juicio. Los indios tojolabales enterraron su
cadáver días después en predios de la hacienda Juncaná. Desde entonces, yace
allí quien fuera Presidente de la República en un momento fascinante de
nuestra historia. Dos veces se ha intentado sin éxito recuperar sus restos.
Colombia es un país que, sumergido en la batahola del presente, está
perdiendo su identidad histórica. Los jóvenes se muestran cada vez menos
interesados y más ignorantes en sus propias raíces. Quizás la repatriación
pedagógica y justa de algunos restos ilustres, como los de Melo, los
hermanos Cuervo y José María Vargas Vila, ayuden a fortalecer una dimensión
histórica que se desdibuja atropellada por la turbulencia de los tiempos.
editorial@eltiempo.com.co
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