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IN MEMORIAM

Tres años después de la Cumbre de la Tierra en Rio, a más de 60 años del surgimiento de la ecología humana y de la urbana como temas de estudio y después de más de un siglo del nacimiento de la palabra ecología en la obra Morfología general de los organismos, del biólogo alemán Ernest Heinrich Haeckel, no hemos aprendido nada sobre las relaciones de los seres vivos entre sí y con su ambiente. Redactamos a gran velocidad el in memoriam de la especie y el planeta, amparados en una gran variedad de mea culpas ecológicos.

Conmemoraciones como el Día de la Tierra, el Día Mundial del Medio Ambiente o el aniversario de la Eco-92 de Rio no pasan de llamados de conciencia, de actos de buena voluntad o de ecos que repiten lo que ya sabemos: que en materia ambiental estamos metidos en la grande y sólo sirve para recordar que no existen acciones permanentes que impidan el caos ambiental, pues, pese al arsenal de leyes existentes y al despertar ambiental de las conciencias, los 90 serán del desarrollo insostenible porque los problemas se agravan y no se vislumbran soluciones.
El predominio de lo económico sobre lo ecológico, la consolidación del imperio del consumo, de la ambición desenfrenada, la corrupción, la crisis de solidaridad y la reducción del mundo a un único valor: el del dinero, que nos atrapa en una crisis profundamente humana, debilitan los acuerdos, reducen los problemas ambientales a mea culpas de bolsillo que no frenan los mortales pecados ecológicos y producen fracasos como la reciente Conferencia del Clima de Berlín, que acordó seguir hablando... seguir hablando. Las perspectivas son sombrías y nefastas.
La evaluación no es sólo personal. Es compartida por Fernando Casas, jefe de la Delegación Colombiana en el Convenio de la Biodiversidad, en donde, según dice, la ambición, alimentada por la reducción del mundo al valor monetario antes mencionado, es el mayor obstáculo para solucionar los más graves problemas ambientales. Lo que hoy vivimos trasciende a toda experiencia anterior , afirma.
La acelerada contaminación atmosférica producida por la miseria y la riqueza que, en su orden, expulsan desechos por la ausencia de infraestructura y saneamiento básico, o residuos químicos por las actividades industriales, agravan la contaminación del aire, la del agua, el efecto invernadero y la destrucción de la capa de ozono, sin que se encuentre la salida para esos túneles.
Naciones en desarrollo como Colombia, rica en recursos naturales como petróleo, minerales, bosques, suelos fértiles y abundantes fuentes de agua no sólo están atrapadas por el narcotráfico, la violencia y la pobreza sino que, además, ignoran o prestan poca atención a problemas ambientales críticos como los mencionados.
Para la muestra, Bogotá. Llamada por los indígenas el Valle de los Alcázares por la infinidad de lagos, lagunas y humedales hoy enfrenta problemas por la acelerada falta de agua. Gran parte de esas fuentes fueron aterradas o invadidas por la ambición de constructores y urbanistas y muchas de las que aún subsisten son contaminadas cuando bajan de los cerros. El proyecto de descontaminación del río Bogotá, del alcalde Jaime Castro, no está muy claro y casi nadie entiende por qué se pagará con los impuestos ciudadanos la contaminación que producen las empresas.
En materia de aire, la emisión de gases tóxicos, generados por los vehículos, por las chimeneas de las industrias químicas, de las fábricas de cemento o por la quema de basuras nos convierte en la quinta ciudad más contaminada de América del Sur, después de Caracas, Sao Paulo, Rio de Janeiro y Belo Horizonte. La falta de control sobre esos focos, al igual que sobre llagas como la corrupción, hacen que no pasen de un adorno leyes ambientales como la 99, que nació de la ECO-92 de Rio y que reconoció el espacio aéreo, es decir, el aire, como un espacio público.
Guillermo Torres y Darío Salazar, fundadores del periódico Rescate Ambiental y que realizaron un amplio estudio ambiental sobre la localidad San Cristóbal, aseguran que no se está haciendo nada para frenar la contaminación ocasionada por los chircales y las ladrilleras, que sobrecargan el aire con hollín y ocasionan enfermedades cardiovasculares y respiratorias a niños y ancianos en más de 200 barrios de la zona. La razón? Descubrieron que algunos de los mayores propietarios, como el concejal Alejandro Ortiz, hacen parte del poder político, y se dan sus mañas para que la situación se mantenga como está: sin vigilancia.
Tampoco se explican muchas otras cosas como la falta de control sobre las empresas de buses, que retiran de los vehículos importados los filtros que regulan las emisiones de CO2, responsable por el 75 por ciento de la contaminación del aire en Bogotá.
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