Pero tras meses de ardua discusión en el seno de la profesión legal, el Gran Canciller Lord Mackay of Clashfern barrió la esperanza de los procuradores al establecer que sólo los abogados de mayor jerarquía podían usar la codiciada peluca.
La batalla por las pelucas surgió en 1993, cuando un pequeño grupo de procuradores rompió el centenario monopolio de los abogados de tratar casos en los más altos tribunales. Los afortunados comenzaron rápidamente a solicitar a los jueces permiso para ponerse peluca.
Los abogados, airados, los acusaron de tratar de quitarle su emblema, mientras que los procuradores alegaron sus cabezas desnudas los hacía parecer abogados de segunda clase frente a clientes y jueces.
Finalmente, el Gran Canciller decidió que no había ninguna buena razón para cambiar el statu quo, lo que los procuradores y observadores del sistema legal tacharon de una tontería.
Esto hace de nuestro sistema legal un completo hazmerreír , dice Catrin Griffiths, editora de la publicación Legal Business. Todo el asunto es una deshonra .
Aunque algunos abogados celebraron la victoria, otros lamentaron el resultado. Según Sean Jones, la única función que cumplen las pelucas] es disfrazar la calvicie masculina .