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La sabiduría popular

La sabiduría popular es la colección de dichos, enseñanzas, recetas y remedios, que nacen de la experiencia repetida de las personas y se transmiten de generación en generación, formando parte de la memoria de los pueblos.

ÁLVARO MONTENEGRO
Infortunadamente, la sabiduría popular no surge de un raciocinio científico
serio que incluya la formulación de hipótesis y verificación, por lo cual
puede resultar abiertamente equivocada, peligrosa, o simplemente idiota. Por
ejemplo, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, es idiota.
La sabiduría popular forma parte de los procesos de rendimientos crecientes;
esto es, de procesos cuyos costos disminuyen (o cuyos beneficios aumentan) a
medida que adquieren más adeptos, por lo cual se popularizan rápidamente y,
cuando lo hacen, tienden a perpetuarse; como la costumbre actual de manejar
por la derecha o de frenar en rojo y arrancar en verde; o como el uso
generalizado de Word de Microsoft. Aun la costumbre del baño diario o la
propagación de un idioma son procesos de rendimientos crecientes porque
cuanta más gente los adopta, más les conviene a los demás adoptarlos.
Sin embargo, la adopción generalizada no necesariamente significa que el
resultado sea óptimo. Más aún, en el caso de la sabiduría popular, un dicho
puede ser totalmente falaz, como el aforismo que dice “la excepción confirma
la regla”. En el método científico, toda excepción refuta la regla (la
hipótesis), no la confirma. Si decimos, por ejemplo, “todos los cisnes son
blancos”, y aparece uno negro, se refuta. Lo correcto es: la excepción
refuta la regla.
Otro adagio de dubitable lógica es “para atrás, ni para coger impulso”.
Sucede que si queremos alcanzar un objetivo, lo mejor es tomar impulso; así
llegamos más lejos.
Algunos mitos: poner la cartera en el piso aleja la plata; todo niño viene
con el pan debajo del brazo; al que madruga Dios le ayuda; soldado avisado
no muere en guerra.
A quién no le han advertido que “si se arranca una cana le salen más”; que
“el papel higiénico tapa el inodoro”; que “dormir con matas es malo” (si
fuera cierto, entonces sería peor dormir con la esposa, porque ella expele
más gas carbónico que las matas).
Y quién no se ha engullido algún objeto no identificado con la excusa de que
“mugre que no mata engorda”. Quién no ha dicho alguna vez “perro que ladra
no muerde”, o “nadie se muere la víspera”, que suena inteligente pero no
dice nada.
Uno patético: donde comen dos comen tres. Porque es la aceptación de la
pobreza; en lugar de producir para tres se reparten lo de dos, y todos pasan
hambre.
Uno delincuencial: las cosas no son del dueño sino del que las necesita. Es
difícil imaginar que los ciudadanos de un país capitalista, que valora la
ley y el orden, osen repetir semejante adagio.
Y habría que preguntarles a los difuntos troyanos si “a caballo regalado no
se le mira el diente”. Porque hay regalos tan engorrosos que deberían
rechazarse de entrada. Aquí sí, como dice la sabiduría popular en uno de sus
pocos momentos de lucidez, “más vale una vez colorado que cien descolorido”.
En honor a la verdad, no todo está perdido en la sabiduría popular. Tantas
generaciones repitiendo lo mismo tenían que atinar una. Por ejemplo, son
ciertos: “más vale pájaro en mano que cien volando”, “si no está dañado no
lo arregle”, y “mujer que no jode es hombre”, que además está
científicamente comprobado.
La sabiduría popular, con honrosas excepciones, tiene problemas de
consistencia lógica y debe ser usada con cuidado. “Vox pópuli, vox Dei”, es
la tapa (seguramente nadie le ha preguntado a Dios). La mayoría de los
dichos son falsos, pero simpáticos –quizá por eso superviven–.
HERJOS
ÁLVARO MONTENEGRO
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