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ENREDOS Y FRUSTRACIONES

En diversos aspectos el país se ha venido enredando. Sabe lo que quiere, pero no encuentra la manera de conseguirlo.

Tantas vueltas como les da a determinados problemas acaban dejándolo en el punto de partida, con una mezcla de perplejidad e impotencia. Dadas las circunstancias, o no se puede o falta la voluntad de realizar el propósito de turno; o, lo que también es probable, se ingenian excusas para mantener situaciones preexistentes.
Lo ocurrido con las tasas de interés es ejemplo bastante ilustrativo. Todo el mundo, en el Gobierno y fuera de él, empieza a reconocer la necesidad de bajarlas. Desalientan la actividad productiva, asignan mal los recursos nacionales, privilegian la especulación y el delito, multiplican las deudas de difícil cobro y llevan a muchas empresas a situaciones desesperadas.
En su defensa, se aduce que reflejan tan solo el crecimiento impetuoso de la demanda y la forzosa absorción del auge de las importaciones de artículos de consumo. Producto de las fuerzas del mercado, cambiarán de dirección en cuanto aquellas se modifiquen. Pero, en el fondo, constituyen una política.
Con motivo de la Asamblea de la Asociación Bancaria, se anunciaron con bombos y platillos medidas para reducir sus exagerados niveles. No fue así. La junta directiva del Banco de la República se limitó a buscar la simetría de los encajes, sin el menor designio de reducir su promedio y mucho menos de obrar sobre las tasas de interés. Ninguna variación iba a tener su política de preservarlas altas, muy del espíritu McKinnon de su escuela, aunque otro fuera el deseo repetidamente expresado por el ministro de Hacienda.
Al Banco de la República cabe abonarle su tenacidad en la materia. Se enreda, pero no da el brazo a torcer. Con el instrumento de las tasas de interés aspira a poner en cintura el monto global del crédito, sin apelar a las intervenciones directas autorizadas por la ley. Nada de criterios selectivos según la actividad respectiva.
Quien no resista los agobiadores costos financieros, que entre en concordato o se hunda. De sacar adelante una política se trata, duela donde doliere, perjudique a cuantos perjudicare. El único precio al margen del Pacto Social es el del dinero. También a contrapelo de la creación masiva de empleo productivo, contemplada en el Plan de Desarrollo.
El enredo no pára ahí. Ahora mismo se ha comprobado la proliferación de los dineros del narcotráfico en las cuentas bancarias y en la economía colombiana. A los gerentes de algunos bancos se les ha responsabilizado por su negligencia en denunciar movimientos irregularmente cuantiosos en las instituciones a su cargo.
No se advierte, sin embargo, hasta dónde el fenómeno encuentra su estímulo en la liberación cambiaria y financiera. Al legitimar el ingreso de los recursos provenientes de las exportaciones ilícitas, era de prever que entrarían de lleno a la circulación y que no estarían destinados a congelarse en bóvedas secretas.
El país se enredó esta vez con el aplauso de los organismos financieros internacionales, de ordinario inclinados a grandes e inflexibles dogmas. Siendo lo importante abolir los retenes a las transferencias de capital, no parecía admisible distinguir entre lo lícito y lo ilícito, entre lo errátil y lo permanente.
México fue víctima de los especulativos de corto plazo. Colombia está con la brasa ardiendo de los originados en el comercio de estupefacientes. No por casualidad el gonfalonero mayor del librecambio aquí acabó condenando la improvidencia de la liberación financiera.
Con la liberación comercial también nos hemos enredado. A su sombra ha proliferado el contrabando y se ha convertido en adicional y doblemente rentable lavadero de dólares. Lo ha denunciado el Fiscal General de la Nación y los comerciantes enmarcados en la ley no cesan de quejarse de su ruinosa competencia.
Una fórmula mágica se cree hallar convirtiéndolo en delito. Como si la enfermedad estuviera en las sábanas. En Colombia lo fue, precisamente en la época en que se le combatió sin contemplaciones. Por entonces, las autoridades aduaneras insistían en la urgencia de declararlo contravención para juzgarlo y sancionarlo en forma expedita, igual que una transgresión de las normas de tráfico. Poco consideraban posible lograr si las capturas concluían en los trámites engorrosos de los jueces aduaneros y, a la postre, en impunidad.
Al amparo de la mentalidad liberacionista, llevada a sus extremos, se desmanteló la Aduana y se suprimieron sus mecanismos esenciales. Cesó la comprobación de las calidades de las mercancías y se optó por una especie de control posterior que equivale a no tener ninguno. Debilitada hasta el máximo, se resolvió fusionarla con la Dirección de Impuestos Nacionales, adscribiéndola a ésta como dependencia secundaria. Colombia sería paraíso del libre cambio.
La solución será la de elevar el contrabando al rango de delito? Lo más seguro es que suceda lo del pasado: la dificultad insuperable para sancionarlo. Máxime dentro de la presente debilidad estructural de los dispositivos aduaneros. Si no se ha podido con el narcotráfico mismo, qué pensar sobre una de sus derivaciones? Más valdría la pena obrar sobre las situaciones que la facilitan, restablecer la vigilancia preventiva y velar por que los procedimientos punitivos operen.
Los colombianos tendemos a las grandes ideas, a los grandes cambios, a la magnificencia de las instituciones. Pero fallamos y nos enredamos en su aplicación. Tal la fuente de descalabros y decepciones que nos hacen dudar de la propia aptitud de alcanzar ambiciosas metas de civilización, prosperidad y equidad.
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