El mundo bohemio de este núcleo de Bloomsbury lo conformaban Virginia Woolf, John M. Keines, Gerald Brenan, Lytton Strachey y Dora Carrington.
Entre plumas y lentejuelas, charleston y whisky, estos personajes se paseaban por Londres y sus alrededores, llevando una estela de disparatadas ideas, amores apasionados, depresiones y angustias existenciales.
El impecable chaleco, la frondosa barba, sus binoculares y el bastón, convertían a Lytton Strachey (Jonathan Pryce) en el típico gentleman inglés. Sin embargo, su mundo sexual distaba mucho de la masculinidad. Entre amigos, hacía gala de su sentido del humor para desatar un plumero de gestos femeninos. Fue memorable su desparpajo para abordar a hombres atractivos en las numerosas reuniones a las que era invitado.
Pero hubo una mujer, Dora Carrington, que vio más allá de esta afeminada apariencia. Pintora, medio andrógina y medio salvaje, se conservó virgen hasta los 27 años, y antes de conocer el amor carnal, conoció el amor espiritual... por Lytton Strachey.
Durante toda su vida, ella amó profundamente al escritor, al tiempo que ambos tenían sus propias parejas íntimas.
Amistad incondicional o un amor que rompió las barreras del sexo? Sobre el dilema de la relación entre sentimiento y pasión, la película es un poderoso fresco emocional y vibrante. Una impecable fotografía recorre las verdes y altas planicies de la costa sur británica, la campiña inglesa, Gales y Venecia. El director mezcla, a la perfección, los paisajes, las aguas cristalinas y el bramar de las ovejas, con el urbanismo de las casas campestres, sus chimeneas, el papel de colgadura, los muros de piedra, la huerta, las pinturas...
Dora Carrington fue una mujer que supo romper con los tabúes de la vieja Inglaterra para vivir una vida libre, honesta y lejos de la hipocresía y la falsedad.
Carrington, el filme, rodado en escenarios auténticos, es un hermoso homenaje a su memoria. Un platillo cinematográfico de gran valor para sensibilidades artísticas y anhelos de libertad.