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EL ENEMIGO INTERNO

Los Estados Unidos buscando la supremacía mundial han preparado militarmente a sus hombres para enfrentar al enemigo externo. Durante el siglo XX han emprendido campañas guerreras motivadas en disímiles razones, unas justas como la intervención en la II guerra mundial para extirpar al nazi-facismo; otras injustas para conservar intereses subregionales, como las intervenciones en Corea y Vietnam, en la etapa inicial de la guerra fría, con 12 años de diferencia entre la iniciación de ambas.

Alberto Ramos Garbiras
Después de asegurado el reparto de las áreas de influencia en el mundo con los acuerdos de Postman y Yalta, las campañas guerreras bajo el revestimiento de guerras de baja intensidad para evitar una tercera conflagración mundial, no han cesado. Guerras de invasión, intromisión indebida, violación a las soberanías nacionales latinoamericanas, son la constante de muchas intervenciones; República Dominicana, Haití, Panamá, Guatemala, Granada, Nicaragua, todas buscando eliminar el enemigo externo: agentes comunistas empotrados en la cúpula de los gobiernos. O socios incómodos que dejaron de cumplir.
Sin ningún reato durante dos décadas apoyaron indiscriminadamente proyectos militaristas que terminaron en golpes de Estado, fraguados por las élites militares de los países que sufrieron estas formas autoritarias de gobierno, o apoyados en sectores civiles bonapartistas. Después de la caída del muro de Berlín y la descomposición de la ex URSS, el enemigo externo lo han encontrado en el narcotráfico, asumiendo el combate a la producción como un problema de seguridad nacional y el primero en la agenda de la política exterior. Sin combatir el consumo interno de 30.000.000 de drogadictos que poseen.
La bomba de Oklahoma en el edificio Alfred Murrah, produciendo 146 muertos y cientos de heridos, sin calcular a los desaparecidos, obligará al Gobierno estadounidense a replantear los problemas de seguridad nacional porque afloró el enemigo interno donde menos sospechan; de pequeñas sectas conformadas por lunáticos más americanistas, racistas y xenófobos que todas las generaciones gubernamentales juntas después de la segunda guerra mundial (1945).
El Ku Klux Klan y sus sangrientas incursiones disfrazados de penitentes para liquidar población negra, es un pálido reflejo de la magnitud del problema que ahora deberá enfrentar el Gobierno con grupos de milicianos desperdigados en más de 20 estados de la unión, como las milicias de Michigan. Los atentados con bombas contra población norteamericana habían sido cometidos hasta ahora por agentes externos o extremistas políticos, el terrorismo no ha sido el instrumento de respuesta de grupos internos. Como lo expresó Enrique Santos Calderón, pero el peor acto terrorista de su historia fue de autoría totalmente doméstica. Difícil un prototipo más gringo que el de Tímothy Mcveigh, miembro de una de las tantas ultraconservadoras sectas paramilitares que hay en ese país .
La confusa ideología ultraconservadora que portan estos grupos, su rechazo al Gobierno federal por hacer respetar el Estado de derecho que incluye protección a la población negra y minorías extranjeras, su aferramiento al espíritu primigenio de la Constitución hasta la enmienda número 10 y la vesánica actitud de desconocer la importancia de la ONU como instrumento supranacional para la solución de conflictos, hace temer que en este período finisecular los EE.UU. recibirán el año 2000 con un enemigo interno de difícil control pues ha sido engendrado con elementos ideológicos extremos, dimanados estos conceptos inclusive de sectores republicanos y demócratas derechistas.
Acudir al terrorismo como arma de protesta de estas sectas indica que puede existir un plan escalonado para hacer sentir sus presiones, entre ellas: las normas que prohiben la venta de fusiles de cierto alcance, la desatención a los blancos puros de clase media baja y la tolerancia inmigratoria que merma el mercado de trabajo.
Los terroristas operan muchas veces como comandos suicidas, son fríos, calculadores y están apartados de todo sentimiento familiar que les impediría cualquier acción.
Para ellos la familia es la cédula terrorista y el ideal que se fijan es el todo. Si son fanáticos el asunto es más grave porque la fe que porten los lleva hasta las últimas consecuencias. De esta manera la Casa Blanca deberá canalizar sus esfuerzos a poner orden en sus propios medios y a desmantelar al enemigo interno y dejar al menos por un tiempo de jugar al Robocop mundial.
Alberto Ramos Garbiras
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