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EL PADRE TIBERIO

Hace cerca de seis años, poco antes de su brutal asesinato, el padre Tiberio Fernández me brindó la oportunidad de escuchar algunos testimonios sobre la vida cotidiana de Trujillo. Grabé, entre muchos otros, el extenso relato de una mujer común. En ese instante comprendí las razones que abrazaba el padre Tiberio para cambiar la historia; las razones de su entrega y su efecto por el prójimo:

A mis hermanos comenzó la mujer su narración les enseñaron a trabajar desde muy pequeños. Barrían el patio, cogían y ponían a secar el café, cargaban leña hacían de todo. A mi me tocaba la comida, atender los chiquitos, lavar la ropa y por la noche uno no podía acostarse sin rezar el rosario. !Ay del que se quedara dormido rezando el rosario! Era la pelea más verrionda. Por eso al otro día llegábamos a la escuela, entrábamos por la mañana, nos persignábamos y cuando menos pensábamos estábamos roncando del cansancio. Entonces !tas! nos despertaba un reglazo el hijuemadre. Yo no aprendí nada porque llegaba a la casa a hacer oficio. Póngase a ver que mi mamá tuvo veinticuatro hijos y a mi me tocó atender los últimos. Eso era una máquina reproductora, a cada rato salía con trillizos.
A mis hermanos y a mi nos castigaban muy duro. Nos amarraban un palo y nos pegaban con un rejo, pero es que veníamos de una raza muy ebria. Después de que nos castigaban, nos dejaban amarrados y vomitados y cagados y todo y no nos dejaban entrar a dormir en la casa. A sol y lluvia. Luego, al otro día, se sentaban a desayunar al lado de uno y no le daban un bocado. Era una tortura completa. Mi mamá por ejemplo era de las que castigaba hasta el cansancio, le daba y le daba. Y era tan descarada que cuando se cansaba, se sentaba a tomar agua y volvía a empezar. Yo francamente, perdí la cuenta de los juetazos. Lo único que pensaba era esto: deje y vera! Yo algún día me caso y todos los azotes que mi mamá me ha dado se los cobro a mis hijos; me voy a desquitar con ellos. Y así fue. Era la ignorancia. Al mayorcito le pegué una pela tan verraca que lo puse a chorrear sangre y lo dejé arrastrándose. Como seria que mi mamá me lo quitó y me dijo que si le volvía a pegar así me hacía meter a la cárcel. Qué pecado! Mi Dios me perdone porque ese muchachito fue buen hijo.
Lo que pasa es que yo vivía muy llena de complejos. Yo me casé y no pude convivir con mi esposo. El me embarrigaba y ahí mismo se iba. Como que no le gustaba verme embarazada porque desaparecía. Cuando calculaba que ya estaba otra vez lista, volvía y me empacaba y volvía y se iba. Se largaba del pueblo dizque a buscar trabajo, pero no aparecían giros ni hombre. Cuando ya calculaba que había salido, volvía a lo mismo. Yo creo que no alcanzaba a tomar una aguapanela de la dieta cuando ya estaba otra vez embarrigada. Yo no decía nada porque a mi me tocaba recibirlo para cumplir con la iglesia. En esos tiempos el marido era sagrado. Se lo daba Dios a uno y era para toda la vida.
La verdad es que yo me casé sin quererlo. Me casé de huida de mi casa, para evitar el garrote de mi mamá y dejé de ser la cenicienta. Como era la burra del trabajo, busqué la forma de que alguien me sacara. Entonces al primero que me miró ahí mismo le dije que si pero que nos casáramos. Tenía catorce años y era inocente de la vida. Esa noche del matrimonio hubo baile y bailé hasta el cansancio. Yo dije: empezó el desquite, ahora si voy a hacer lo que me dé la gana. !Pero que va!. Ese señor se emborrachó y se puso fastidioso. Lo deje en la fiesta y me acosté en la cama de mi mamá porque la fiesta fue en la casa. Al otro día, cuando abrí los ojos, ese señor estaba acostado sobre mis piernas. Entonces pegué un grito y salí corriendo y le dije a mi mamá que ese señor era un descarado y ella mi dijo que no, que no fuera boba, que ese era el marido que mi Dios me había mandado, el que me había dado la iglesia; que de ahora en adelante tenía que compartir la vida con él y tenía que hacer todo lo que él dijera y dejarme hacer todo lo que él quisiera.
Esa noche se metió en la cama con unos calzoncillos horribles, largos, bombachos, amarrados a la rodilla y me invitó a un trago. Lo único que me dijo fue: Venga mija para que aprenda ... Me desperté llorando y permanecí encerrada todo el tiempo de la pura vergenza. Antes de cumplir quince años ya estaba en embarazo.
Yo creo que esta es una historia triste pero así conocí la vida. Yo recapacité cuando mataron al tipo ese y entonces el hijo mayor empezó a ver por mi y a trabajar como un verraco para mantenernos. Me daba mucho pesar y me decía: Para que nos pega mamá si así no más llevamos una vida muy sufrida . A él lo mataron cuando tenía 16 años y entonces me volví a casar para empezar de nuevo. !Pobrecito mi niño!. Cinco años después le acompañó mi segundo marido.
Lo más triste es que yo estoy segura que así más o menos ha sido la vida de muchas mujeres en Trujillo. Yo estoy segura que no he sido la única porque me consta. Lo que pasa es que les da pena contar su historia, se la callan, se resignan y se ponen a sufrir por dentro .
Tiberio Fernández Mafla fue simplemente un sacerdote íntegro que soñó con transformar la vida de quienes le rodeaban. Su interés como párroco giró alrededor de la comunidad, para reunirla, para organizarla, para impulsarla como pueblo. Buscaba a Jesús y al hombre nuevo. En ese intento lo confundieron y lo asesinaron de una manera salvaje. Sin embargo, cinco años después, todo un pueblo y miles de peregrinos claman por su memoria. En plena misa lo han recordado recitando para sus adentros el hermoso poema de Neruda: Por estos muertos, nuestro muertos, Pido castigo!
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