Nació de siete meses. Hace gestos, mueve la boca y estira los deditos de la mano. No se le ven uñas. A su lado, Diana Marcela, una mamá de 20 años, que contempla a su tercer bebé.
Un milagro. Yo no sé qué pensar. Se salvó el mío. Estuvo en el problema y se salvó. Le pedí tanto a Dios... Cuando murieron los cinco niños, la Fiscalía nos dijo que lo lleváramos al Simón Bolívar. Ahí estuvo pero lo volvimos a traer a Kennedy, porque mi esposo quería que estuviera aquí .
El viernes fue un día raro. En el segundo piso estaban los papás de los bebés muertos. Desencajados. Llorosos. En el tercero, tres cuartos, 304, 305 y 306, vacíos, los de la tragedia. Las directivas del Hospital ordenaron que se cerraran y aunque están sin llave, nadie quiere entrar allí.
Dos cuartos más adelante, Germán, sobreponiéndose en medio de una maraña de tubos y cables. Va a ser alguien muy especial, es un pelado muy fuerte , dice su mamá.
Un par de cunas a la derecha, alguien se debate entre la vida y la muerte. Es el séptimo bebé que recibió Pavulón, la droga a la que se atribuye la muerte de los otros cinco niños.
En el Hospital y en varios medios, el viernes corría el rumor de que luego de la crisis, su cerebro había muerto. Pero el director lo desmiente y dice que tiene reflejos. Las enfermeras que lo cuidan, dicen que evoluciona. Asimila la comida que le pasan por sonda.
Se dice que los padres han manifestado su deseo de que le desconecten todo suministro de vida artificial. No se pudo confirmar la versión. Pero el director del Hospital dice que no se practica ni se practicará allí la eutanasia.