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UNA TRAGEDIA DE CELOS COLOREADOS

La nueva adaptación de la pieza de William Shakespeare ha sido escrita y dirigida por el debutante Oliver Parker, antiguo intérprete y director de teatro que, curiosamente colaboró durante años con el escritor y directos de cine Clive Baker (Hellreiser) tanto en cine como en teatro.

En el traslado de este Otelo hay dos principales intereses. Aprovechar el actual renacer que el cine le está permitiendo a la obra del dramaturgo inglés (Ricardo III de Richard Loncraine o el monumental Hamlet que acaba de emprender Kenneth Branagh, precisamente Yago en la película de Parker). Renovar parcialmente los planteamientos temáticos del original.
La lectura que hace Parker desde una perspectiva más moderna se limita a subrayar algunos aspectos que ya se hallaban en el original, concretamente los elementos sexuales.
Parker hace cierto hincapié en el comportamiento que se encuentra en la relación amorosa entre Otelo (Laurence Fishburne) y Desdémona (Irene Jacob): la atracción por alguien de distinto color de piel. Además el realizador incide en la presentación de un Yago homosexual: la escena en la que él se acuesta con su mujer, o el momento en que se abraza emotivamente a Otelo tras haber recuperado su confianza, permiten sospecharlo.
Es una pena que, en determinados instantes, la vulgaridad del realizador se imponga en el desarrollo de la acción, subrayando algunos aspectos: los inadecuados insertos, a modo de pesadillas o pensamientos de Otelo, en los que el moro cree ver a Desdémona en actitud adúltera con Cassio, o en una tendencia al primer plano para filmar los monólogos de Shakespeare.
Sin embargo, Oliver Parker demuestra tener un buen conocimiento de la obra de Shakespeare. Su dirección de actores tiene una viveza y dinamismo que la declara digna heredera de los logros de Zeffirelli o del propio Branagh. Parker recoge la utilización simbólica de las canciones y consigue que personajes secundarios del original, como Emilia (Anna Patrick) o Rodrigo, tengan una fuerza y un relieve superiores o la simple función de impulsores del relato.
Tampoco faltan excelentes momentos, como la mirada de odio que dirige Yago a la imagen de Desdémona y Cassio reflejada en el cuchillo o, en particular, la visualización directa de algunos recursos expresivos puramente teatrales: Yago mira al espectador a través de la cámara, e incluso hay un momento en que tapa el objetivo con la mano.
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